Diario de León
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césar gavela
León

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D urante dos años trabajé con mis tíos Celso y José Ramón López Gavela en su bufete de la plaza de Lazúrtegui de Ponferrada. Yo era un estudiante de derecho por libre, ellos fueron mis maestros de vida. Lo que aprendí a su lado era infinitamente más importante que lo que me podían ofrecer las aulas. Mis tíos predicaban con el ejemplo; su tiempo siempre ha sido honesto, sencillo, e iluminado con un gran sentido del humor. Ellos me descubrieron la estulticia del régimen de Franco, y me indicaron cómo había que ir por la vida: con libertad, sencillez y buenas lecturas. Ajenos a cualquier ambición económica, esa vulgaridad que a tantos ha destruido. Y también añadiría la independencia de criterio, la cordialidad y la compasión comprometida con los desfavorecidos. También una religión que comparto con ellos: la de los antepasados. Una fe intransferible, ardiente y misteriosa.

Antes de que Celso fuera político yo hablaba con él muchas tardes, en el pequeño despacho que daba a las Huertas del Sacramento, entonces un polígono casi vacío donde se acababa de construir su primer edificio público, el instituto Álvaro de Mendaña. Veíamos los descampados, el río al fondo, los árboles de uno y otro lado, el barrio de los Judíos… Hablábamos de la vida, de la ciudad y de la política, también de los parientes. Los Gavela. Para mí Ponferrada entonces era, sobre todo, el escenario emotivo de dos ríos raigales: el paterno de los Rodríguez Gavela y el materno de los López Gavela.

Hablábamos del cercano fin del régimen; de Franco decrépito. Y de asuntos municipales, y de gentes pintorescas que pasaban por el despacho. Y de los días universitarios de Celso en Oviedo y Salamanca. Muchas veces también se incorporaba su hermano José Ramón, con quien hablaba yo no menos que con Celso. Entonces siempre había un momento en que todo derivaba en una carcajada. Por tantos motivos y por aquel modo de mirar la vida.

Contemplábamos el descampado donde años más tarde se construiría la Casa de la Cultura y el palacio de Justicia, dos iniciativas que Celso López Gavela promovió con pasión y tenacidad cuando fue el primer alcalde democrático de Ponferrada tras la dictadura. Mirábamos el tramo del Sil donde justo ahora está el puente que lleva su nombre. Porque Celso es un hombre de puentes, de diálogo, de firmeza acogedora. De ahí que siendo alcalde socialista, propusiera y lograra que el viaducto del castillo llevase el nombre de su promotor, el alcalde franquista Luis García Ojeda. Aquel contable calvo de gafas oscuras que vivía en la calle Dos de Mayo y que fue un alcalde sensato y austero. Y lo que importaba era eso, no su filiación política. Ponferrada, la ciudad de los puentes, la que lleva un puente en su nombre, necesita más. Puentes entre las personas, entre el pasado, el presente y el futuro. Y un gran puente a la esperanza.

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