Diario de León

Una Ruta de los Monasterios de cuento

Publicado por
Héctor Bayón Campos
León

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Querido lector, le propongo un viaje literario por la provincia leonesa. Prepare su mochila, algún cuaderno y varios bolis de colores que usted y yo volvemos a la escuela. Sí, no se asuste. Será una experiencia inolvidable, se lo aseguro. ¡Din don dan! Ya tocan las campanas, creo que va a comenzar el cuento…

En el CRA (Colegio Rural Arcádico) de Nava de los Caballeros todo era muy diferente. Empezando por sus maestros, que eran de la antigua «escuela fluvial»; y terminando por sus alumnos, que se comportaban como verdaderos «monumentos». El río Esla y su afluente el Porma se disponían a comenzar la clase, profusamente decorada con un cuadro de «los reyes» de la zona: los centenarios chopos que escoltaban la carretera desde Gradefes hasta Cifuentes de Rueda. Poco a poco los estudiantes se fueron sentando en sus pupitres y el Esla, desde una tarima en forma de cerro, tomó la palabra:

—Bienvenidos a este nuevo curso. Me llamo Esla y él se llama Porma, y este año os vamos a impartir la asignatura de Geografía e Historia de la provincia de León. Como sois los auténticos protagonistas de esta ribera rica en fértiles paisajes y frondosos valles, nos gustaría saber cómo os llamáis y que nos contéis algo de vuestra historia.

De repente, se hizo el silencio en el aula. Los colegiales se morían de la vergüenza pero alguien tenía que «romper el hielo», y un edificio de transición del románico al gótico levantó la mano. Era el monasterio de Santa María la Real de Gradefes, que quería presentarse:

—Hola compañeros, fui fundado en 1168 por doña Teresa Pérez y tengo varias partes diferenciadas: una iglesia con tres naves sostenidas por bóvedas de nervios cruzados, una sala capitular, un claustro y un coro. Estoy muy bien conservado incluso tengo una girola, un hecho arquitectónico singular.

Los dos maestros asintieron, y pusieron sus ojos en otro alumno que conservaba cierto aire mozárabe. Era el monasterio-priorato de San Miguel de Escalada que se arrancó a hablar:

—Mis padres fundadores fueron unos monjes cordobeses, liderados por un abad llamado Alfonso, que llegaron a estas tierras a principios del siglo X (913 d.C.). En la actualidad, conservo una iglesia basilical de tres naves y un magnífico pórtico lateral de columnas monolíticas con capiteles corintios, y claro, mis característicos arcos de herradura...

Pronto la timidez inicial de los estudiantes fue dejando paso a un beneficioso «caudal» de conocimiento etnográfico ¡con razón los «clásicos» llamaban a esta zona de abundantes huertas «la Mesopotamia Leonesa»! Aunque todavía quedaban algunos cenobios por hablar. Uno de ellos, con evidentes partes en ruina, y con lágrimas en los ojos se presentó ante la clase:

—Soy el monasterio de San Pedro de Eslonza o lo que queda de él… Desde mi fundación en el año 912, por el rey García I de León, he sufrido ataques de todo tipo. De Almanzor (988), de la Desamortización de Mendizábal (1835-1837) incluso se llevaron mi portada a una iglesia de León capital; y aún así conservo mi antigua grandeza románica...

Su relato conmovió a todos. Menos mal que el Convento de San Agustín, con trazas renacentistas, se abrió en canal y les contó su historia de superación con final feliz:

—No te preocupes, amigo. Con el tiempo todo puede cambiar. Fíjate yo, resido en Mansilla de las Mulas. Fui fundado en el año 1500, y arrasado por los franceses en 1808. Pero en la actualidad soy el remodelado Museo Etnográfico Provincial de León.

Estas palabras levantaron el ánimo del grupo. Solo quedaba un alumno por hablar. Su edificación seguía una Regla clara: la del Císter; y con una voz en pleno tránsito del románico al cisterciense les dijo:

—Soy el monasterio de Santa María de Sandoval, mi fecha de fundación es el año 1167. Tengo una ornamentación sobria y me encuentro en Villaverde de Sandoval, cerca de un lugar mágico donde se ‘juntan’ dos ríos… ¿os suena?

Cuando el Porma escuchó esta inocente pregunta comprendió que quizá había llegado su momento. Un sudor frío invadió todo su cuerpo, y por sus cabellos comenzaron a caer «gotas de rocío». Rápidamente unió sus cristalinas aguas al río Esla y acabaron siendo un solo cuerpo fluvial. Siempre había ejercido de fiel afluente, pero las cosas tenían que seguir su curso natural… como en la vida. El Esla prosiguió con las explicaciones durante unos meses más, hasta que llegó a su destino definitivo: desembocar en el caudaloso río Duero. Los colegiales pronto notaron su ausencia; se habían quedado huérfanos de sabiduría. Pero de repente, cuando todo parecía perdido, alguien llamó a la puerta… toc, toc. Era el nuevo maestro, con nombre de príncipe troyano, que volvía al colegio de su querido pueblo, Nava de los Caballeros. El lugar donde se cumplían los sueños…

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