Diario de León

LA GAVETA | CÉSAR GAVELA

Tío Celso

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CÉSAR GAVELA
León

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MI TÍO Celso López Gavela nació en 1925 en Ibias, un agreste concejo de Asturias que colinda con León y con Lugo. M is abuelos también eran de allí. El abuelo Higinio López Campo era un hombre caballeroso y culto, de pelo blanco. Secretario de juzgado, trabajó en varias villas asturianas. Antes había sido emigrante en Argentina: fue mucamo en una casa rica de Buenos Aires, y luego oficinista de los tranvías de Rosario. Poco después volvió a Asturias, a vivir con su madre viuda y añorante. En 1919 se casó, también en Ibias con Florentina Gavela y el matrimonio tendría seis hijos. Celso es el tercero, el primer varón. Estudió los primeros cursos de derecho en Oviedo y terminó la carrera en Salamanca.

Mi tío era entonces, como ahora, un hombre romántico, muy cálido y recto. De una extremada honradez de la que el abuelo Higinio era emblema. Discurso ético que siempre escuché en casa. Que vi en los actos de mis padres, de mis tíos, de mis abuelos. Todos personas de vida sobria; de amor por los libros; de curiosidad por la vida; de ponerse siempre en el lugar del otro. Y de un sentimentalismo algo desmedido, en cuyo magma de alegría y calor me crié, como mis hermanos, como mis primos.

Celso quiso ser juez, era su vocación, pero no pudo; y parece ser que influyó en ello la filiación republicana de su padre. Poco después terminó derecho en Oviedo, José Ramón, hermano de Celso, y ambos decidieron instalarse en Ponferrada, donde mi madre, su hermana, se había casado con otro hombre de Ibias, mi padre Julio Rodríguez Gavela, que era socio y viajante de un almacén de coloniales, muy literaria profesión.

Celso y José Ramón llegaron a la ciudad del Dólar, llevaban sombrero, vivían con nosotros. R ecuerdo aquella casa de la avenida de España. Ellos tan jóvenes, y lo mucho que jugaban conmigo, y los cuentos que me contaban. José Ramón era más narrador, y Celso accedía siempre a ponerse a gatas para que yo jugara a ser jinete sobre su lomo. Se vestía con un mono azul para jugar mejor con mi hermano Carlos y conmigo. Luego vino el matrimonio, la casa nueva, las hijas. Y esa era su vida: de trabajo y paz, de lucha antifranquista, de prestar libros prohibidos comprados en Francia a todo el mundo, de estar disponibles para cualquier empeño contra el régimen infame. Y todo con simpatía, con prudente inteligencia.

Hasta que llegó la democracia, y entonces mi tío Celso pudo ejercer su vocación de servicio público. La que quería cumplir como juez. Entró en política, algo que nadie esperaba, y fue alcalde de Ponferrada durante dieciséis años. Es el gran autor de la nueva ciudad, que otros dos alcaldes han continuado de un modo muy meritorio y novedoso. Celso López Gavela forma parte de la historia moderna de Ponferrada. Es su patriarca político. El hombre sencillo y remembrante que siempre fue. Con su vida moderada, con su estilo cordial y con la dignidad con que afrontó su accidente vascular hace ahora seis años, que limitó sus movimientos, sin alterar una micra de su lucidez y su carácter.

En estos días el PSOE ponferradino evoca a su militante más ilustre, cuando se cumplen 30 años de las primeras elecciones democráticas. Pero él es patrimonio de todos los ciudadanos. Baste recordar que propuso poner el nombre de un laborioso alcalde franquista al viaducto: Luis García Ojeda. Esa actitud integradora, nada sectaria, se echa mucho de menos en la política española actual. En todos sus ámbitos. Celso ahí sigue. En su casa, junto al parque del Plantío. Con su mujer y sus libros. Mirando por la ventana la vida y el tiempo. Él transformó el burgo obrero y mercader en una auténtica ciudad. Verde, ordenada, limpia, convivente. Un político de otro tiempo. Y de ahora mismo.

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