Diario de León
Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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M i tío Pepe tenía el don de los grandes narradores. Sabía contar y sabía hacerlo con gran belleza verbal. Cuando yo era niño venía cada tarde a ver a sus padres, mis abuelos, que vivían con nosotros en la avenida de España de Ponferrada. Mi tío traía entusiasmo y palabras; traía bromas y caramelos y traía su condición de hombre bueno, enérgico y cariñoso. Yo, por ser muy niño, no me daba cuenta aún de todos esos valores. Que iría conociendo poco a poco. Entonces, de aquel tío Pepe de 1960 pongamos, lo que más me fascinaba eran sus dibujos con pluma estilográfica, sobre los azulejos de la cocina. Allí ilustraba sus relatos de pastores y lobos, de trenes, aviones y barcos. Para mis hermanos y para mí, sus cuentos eran la prueba de que el mundo tenía muchos rincones donde se escondía el infinito. Y la felicidad.

Mi tío José Ramón López Gavela, que ha fallecido en Ponferrada a los 89 años, fue joven romántico en Asturias, piragüista en el Sella, boxeador aficionado, estudiante de derecho por libre en Oviedo mientras trabajaba en el juzgado de Pola de Siero, escritor de novelas del oeste que editó en Argentina, colaborador de la prensa en Vigo y a partir de 1956, abogado en la capital del Bierzo donde, con su hermano Celso, luego alcalde de la ciudad y entonces todavía soltero, se instalaron en nuestra casa. Donde abrieron su primer bufete, completado con una consulta en Villablino, a la que acudían en tren. O en el camión del suministro de gasolina.

Fueron los comienzos de un trabajo intenso y apasionado, muy vocacional. Mi tío fue siempre un abogado activo y brillante, pero él era muchas cosas más. Entre ellas, un luchador por la democracia. Y por eso arriesgó lo suyo en la dictadura franquista. Y por eso, curiosamente, no quiso las mieles de la política, ya en democracia. Él prefirió su vida libre, jurídica y familiar. Sus viajes a Francia, país que adoraba, sus escapadas a Asturias o al Mediterráneo, su inveterada pasión por el gimnasio y su afición por la lectura de los autores heterodoxos, amantes de la libertad. Libros contra tronos y dominaciones, contra supersticiones y oscurantismos. Mi tío Pepe fue mi ejemplo en todo, la fortuna más grande que podía tener en mis años de formación. Él me abrió los ojos en todos los ámbitos cruciales, en aquella Ponferrada gris y minera de los primeros años setenta. Le debo tanto que no habría modo de contarlo. En todo caso, resaltaría su valor, el mérito más grande de una persona, como bien dijo Borges. El valor, que él siempre combinó con la simpatía y el optimismo, con un sentido del humor sensacional y con una admirable serenidad ante el infortunio. Nadie como él cumplió con la vieja máxima que establece que hay que vivir la vida «sin pena ni miedo». Gracias, tío Pepe. Formas parte de mí, no sé dónde termina mi persona y donde empieza tu presencia.

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