Diario de León
Celia Fernández (en el centro), sobrina de los dos hermanos, en la bodega de Villalibre

Celia Fernández (en el centro), sobrina de los dos hermanos, en la bodega de Villalibre

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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La muerte de Arsenio Macías es un relato de terror. Y un trauma que ha marcado a su familia.

Arsenio, de 16 años, no dejó que los falangistas que buscaban a su hermano Claudio se llevaran a su madre. Lo contaba ayer su sobrina Celia Fernández, a sus 83 años uno de los pocos testimonios familiares que todavía pueden ayudar a reconstruir la historia de los dos hermanos Macías.

«El día que vinieron a preguntar dónde estaba escondido (Claudio) no se lo dijeron. ‘Como no lo digáis, venís uno conmigo’,», cuenta Celia que amenazó uno de aquellos hombres a su tía abuela María y a su tío adolescente. La madre de los Macías —viuda desde que su marido Venancio se ahorcara 16 años atrás en el corredor de la casa, cuando ya se encontraba embarazada— se ofreció a acompañarles, pero su hijo se lo impidió y fue en su lugar.

Arsenio no habló y los falangistas que buscaban a Claudio «lo ataron a un árbol, le dieron con un machete en los hombros y le destrozaron la cabeza», cuenta Celia. Al adolescente, «el niño» al que María y sus hermanas mayores se había esforzado por criar, «lo degollaron», añade su sobrina. Y no puede evitar emocionarse. «Que se lo mataran por no delatarle... eso no lo hacen todos los hermanos...».

A Arsenio lo buscarán mañana en la curva de la N-536, en una finca de mil quinientos metros cuadrados. La ARMH ya ha localizado al propietario y pedido ayuda al alcalde de Priaranza, José Manuel Blanco. En caso de que la fosa se encuentre cerca de la carretera, el vicepresidente de la ARMH, Marco González, advertía ayer de que será necesario solicitar un permiso al Ministerio de Fomento para excavar.

El otro escondido

Claudio y Arsenio, recuerda Celia, tuvieron menos suerte que su padre, Antonio Fernández Abella, que permaneció escondido 36 meses en su casa de Columbrianos. Celia niega que su padre se entregara a al regimiento de Larache acampado en la zona después de la guerra, según creía la ARMH. «Mi padre no se entregó, lo detuvieron los moros», puntualiza, indignada. Era el verano de 1939, los odios habían sedimentado un poco y su padre, juzgado por un tribunal militar, resultó absuelto.

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