EL BIERZO
El almagre de ‘El Brujo’
Rafael Álvarez deja sus huellas en el cemento de la acera del Teatro Bergidum. «Me siento como si fuera de Ponferrada», afirma el actor.
carlos fidalgo | ponferrada
Hundió las manos en el cemento, recubierto por un polvo negro que servía de desencofrante y cumplió con la liturgia de dejar sus huellas en la acera del Teatro Bergidum. Rafael Álvarez El Brujo, también conocido como El Pícaro, o El Avaro de Molière, El Lazarillo de Tormes, todo un prodigio de improvisación cuando lo puso en escena en Ponferrada, siempre con el patio de butacas lleno, se unió ayer a los nombres de Amancio Prada, de José Sacristán y el grupo de Teatro Conde Gatón. Y lo hizo apenas unos minutos antes de representar, de nuevo con todas las entradas agotadas, la obra Cómico con su propia compañía y producción; una pieza que el propio actor ha definido como «el alamagre de sus años de teatro».
El término almagre, empleado por los pintores para definir el dibujo previo a la elaboración de un fresco sobre un muro seco, le venía anoche ‘que ni pintado’ a las manos de El Brujo sobre el cemento. Con el tiempo justo para subirse a escena, Rafael Álvarez, rememoró ante los periodistas los vínculos que le unen a Ponferrada, a su teatro, y al universo de los templarios, del que no pudo zafarse una noche de los años en los que las obras todavía se representaban en el salón del instituto Gil y Carrasco, y, perdido el tren de regreso, pasó la jornada escuchando las historias de un místico norteamericano.
«Me siento como si fuera de Ponferrada», aseguró El Brujo, después de tantos éxitos en el Bergidum. No en vano fue el primer actor que se subió al escenario del teatro remodelado en 1996 con la obra El Anfitrión de Plauto —aunque anoche, El Brujo lo confundiera con El Avaro de Molière—. Y no en vano, durante tres años, y sin ser futbolero, estuvo al tanto en su juventud de todos los resultados de la Ponferradina porque tenía «dos amigos fanáticos que eran de Ponferrada» y con los que compartía estudios.
Acompañado por la alcaldesa, Gloria Fernández Merayo, y por la concejala de Cultura, María Antonia Gancedo, El Brujo agradeció «la delicadeza» del municipio y del teatro por «un momento maravilloso» como el de anoche. Después, embadurnó sus manos en el cemento y el desencofrante, las hundió hasta donde le indicaron los operarios para que, una vez que fragüe en 15 días la loseta quede instalada en la acera. Y con las manos levantadas, las manos arriba no pudo evitar una broma de cómico. «Y ahora le voy a dar la mano a la alcaldesa», avisó.