Diario de León

LA GAVETA César Gavela

Cincuenta por ciento

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León

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El cincuenta por ciento de los vecinos de Ponferrada no nacieron en la ciudad, eso dicen las estadísticas. La mitad de los ponferradinos llegaron de fuera, de cerca o de lejos, del monte o del llano, de las aldeas o las grandes urbes, de los archipiélagos y las plazas de soberanía, de América o de Europa, de Asia o de África y así es como está creciendo la nueva ciudad, la novísima, que ya tiene sesenta y cinco mil habitantes, aunque el censo oficial diga que sesenta y dos mil cuerpos y unas cincuenta y siete mil almas descontando a los ateos y a los agnósticos. Sesenta y dos mil ciudadanos es una cifra más que digna y, por ser ilustrativos conviene recordar que hay más ponferradinos que monegascos o que andorranos, que gibraltareños o que súbditos del principado de Liechtenstein. Tampoco está de más decir que en Ponferrada viven más personas que en las ciudades de Ávila, Soria, Segovia, Huesca o Teruel; más o menos las mismas que en Zamora, en Toledo, en Guadalajara o en Ciudad Real y muy pocas menos que en Lugo, Palencia, Cáceres o Gerona. Ponferrada crece y redobla sus prestigios demográficos, que siempre le vinieron de la forastería. Porque la Ponferrada populosa, la que surgió hacia 1945, se nutrió de buscadores de oro, de antracita o de energía eléctrica, también de agua y de fútbol, de comercios y tabernas, de prostíbulos y almacenes, de lavaderos del carbón, de serrerías y talleres. Toda esa fuerza fronteriza es aún la impronta de la metrópolis del Bierzo, y es una gran noticia que el ya viejo diálogo de locales y foráneos no declive para que la ciudad no se cierre sobre sí misma, como cuando era tan pequeña que solo contenía a seis mil cuerpos y a cinco mil novecientos noventa y tres almas, deducidos los siete librepensadores de la villa, los siete sabios del Sil y del Boeza, aquellos siete hombres y mujeres prodigiosos que bien se merecen una novela, una canción, un himno, o al menos un cuento de siete folios, uno por sabio. Hace mucho tiempo que Ponferrada dejó de ser una ciudad realenga y campesina, una especie de Astorga de tercera mano, una Villafranca ruidosa, un Orense de bolsillo. Ponferrada va para arriba, no deja de multiplicar calles y negocios, cristales y noticias, ambiciones y espasmos, y luego quedamos en la bruma esos que somos ponferradinos y que no vivimos en Ponferrada, aunque también vivimos en ella porque nos acordamos todos los días del solar natal. Se trata de una memoria que no tiene ningún mérito porque, en realidad, estamos dentro aunque no nos apunten en el censo oficial.

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