Diario de León
L. DE LA MATA

L. DE LA MATA

Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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ESTUVE en Toreno, su pueblo, a ver a Mateo Saceda, que acaba de jubilarse como profesor de letras en el campus que la Universidad de Murcia tiene en Jumilla. Mateo Saceda me recibió como otros años, siempre cordial y muy contento por estar en el Bierzo, donde pasa los veranos y donde ahora, tras la jubilación, también pasará los otoños y las primaveras, aunque no los inviernos, que espera vivirlos en un pequeño apartamento que tiene en la playa de Mazarrón. Siempre que voy a ver a Mateo Saceda le pregunto por su «Historia del Bercianismo Político», un libro trascendental en el que trabaja desde hace ocho o nueve años. En esta ocasión Mateo Saceda me dijo que el texto estaba prácticamente terminado, y que si no lo había cerrado antes fue porque quiso esperar a los resultados de las últimas elecciones municipales. -Resultados definitivos -observó, con un apunte de tristeza. Profundizamos luego en la obra suya, y Saceda me reveló que el bercianismo político se remontaba a los tiempos de Prisciliano, pues ya por entonces hubo un monje, un tal Carbadio, que aventuró en un papiro un misterioso reino del Alto Sil. Pocos siglos después nos encontramos con la pequeña república teocrática de la Tebaida berciana, y luego viene un largo pasar de los siglos sin bercianismo político alguno, hasta llegar a la gloriosa y breve provincia de Villafranca del Bierzo. Tras aquel sueño convertido en realidad y luego demolido por el egoísmo de las ciudades de Orense y de León, el bercianismo político se quedó en la nada hasta que llegó Tarsicio. -Un hombre providencial -dijo Saceda. Llegados a ese punto, le hice alguna objeción al profesor. En concreto, aduje que Tarsicio no supo construir un partido, pero Mateo Saceda no me dio la razón y recordó que sin Tarsicio no habría Consejo del Bierzo, ni bandera comarcal. Me habló luego Saceda de las corrientes del bercianismo y de las grandes luchas internas en el partido. Recordó las discrepancias del ala fabista -de Faba-, los desencuentros con los valcarcianos y los desafortunados lances independentistas que protagonizaron las juventudes del bercianismo en muchos acontecimientos cívicos y deportivos. -Todo eso, querido amigo -remachó Saceda- hunde a cualquiera, y también a Tarsicio. -¿Y ahora qué? -le pregunté. -Ahora la nada porque el bercianismo ha muerto -reconoció Saceda-. Mi libro levantará acta de este gran dolor.

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