Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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LOS leoneses creemos poco en la identidad colectiva, y un servidor de ustedes, concretamente nada. Para mí, como para tantos, la identidad es un asunto individual. Cada uno se forja la suya, con sus aciertos y sus errores, con sus sueños y sus realidades; con su ética y su estética, con sus clamorosos fallos delante de la portería y con algún que otro inesperado gol por la escuadra. La identidad es de uno, y no de la tribu. Porque el pueblo no tiene alma ni tampoco esas cosas sandias en las que creen los nacionalistas, fanáticos o no. La identidad leonesa no existe, y por eso, precisamente, existe tanto la ciudadanía leonesa. Como cualquier otra, dicho sea. Existen los ciudadanos leoneses; los que aquí viven y los que aquí vivieron y continúan vivos, en otras tierras. Eso existe y ojalá crezca. Es una evidencia física, humana y política. Existe el paisanaje, no la metafísica del pueblo. Existe esa simpatía natural hacia las personas con las que compartimos la tierra donde hemos nacido, donde nos hemos criado; en este caso la provincia de León. Una provincia que por una banda tiene límites muy montuosos y manifiestos -al norte y al oeste- y que por la otra dibuja fronteras de inevitable capricho. Y por eso, porque existe el paisanaje, me alegra mucho que José Luis Rodríguez Zapatero vaya a ser el nuevo presidente del Gobierno. La provincia leonesa, tan poco afortunada en los últimos años, tierra que pierde población a un ritmo intolerable; la provincia ruda y faulkneriana de Juan Benet; la demarcación verde y funeraria de Luis Mateo Díez; el escenario irónico y húmedo de los cuentos de Antonio Pereira; la severa estepa donde habitan los versos de Antonio Gamoneda; el testimonio fluvial y ferroviario de Juan Pedro Aparicio; el canto riguroso de Eugenio de Nora; el Bierzo épico de Raúl Guerra Garrido; la crónica incesante y lírica de Victoriano Crémer; la meseta crepuscular de Antonio Colinas; las palabras, las piedras y las aguas de Julio Llamazares; el valle romántico de Juan Carlos Mestre; la mirada inteligente y grave de Ramón Carnicer; la llanura trigal y compostelana de Jesús Torbado; el misterio a la vuelta de la esquina de José María Merino y tantos otros monumentos verbales y de la memoria aquí nacidos celebran a su modo, celebramos todos, que un hijo de aquí, que un muchacho ilustrado de León (que tiene, entre otros méritos, el de ser lector insaciable de Borges) sea el nuevo presidente del gobierno. ¡Campeones, campeones! Pero la provincia aguarda. Porque no todo es literatura.

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