Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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LLEGA el verano y con el verano los viajes de muchos españoles, viajes a la playa o a la montaña, a las ciudades o al fin del mundo. Llega el tiempo de los aviones y los cruceros, de los monumentos y las ruinas, de los calores atroces y de los almuerzos multitudinarios. Llega una felicidad llena de incomodidades; llega el sueño y pasa. Y entonces, pensé yo, seguro que alguno de mis paisanos lectores del Bierzo visitan este verano Valencia, ahora que suena gracias a su Ciudad de las Artes y las Ciencias, o a esa competición fastuosa llamada la Copa del América, que está transformando su fachada marítima. Pues bien yo, sin embargo, prefiero proponer otra Valencia al berciano transeúnte. La que yo más admiro, la que sorprendió a aquel muchacho que llegó a la ciudad en el verano de 1976. Esa ciudad que sabe que soy un señor maduro y escéptico, individualista y agnóstico, liberal y lascivo, lector y melómano. Y balbuceante aprendiz de una serenidad vieja y fascinante: la de estar junto al mar, en silencio, en horas propicias, y curarme así. Y encontrarme. Y soñar perderme. Si vienen a Valencia yo les pediría que se quitaran los prejuicios, pues es habitual, entre norteños, mirar con cierta prevención a esta santa tierra luminosa, y a sus vecinos. Craso error. Sólo puedo decir que en Valencia he tratado a las personas más cariñosas y divertidas que he conocido, a las más espontáneas y laboriosas. Y ahora ya les recomiendo cuatro escenarios. El primero, la plaza de la Virgen, corazón de la antigua ciudad romana, donde está la catedral, la basílica de los Desamparados y el palacio de la Generalitat. Las otras tres rutas parten de la contigua plaza de la Reina. Una nos lleva por la calle de la Paz, la más bella del siglo XIX español, que luego dejaríamos para alcanzar la plaza del Patriarca, junto a la vieja universidad, terminando en el Parterre. El otro itinerario iría por la iglesia de Santa Catalina para seguir por la insólita plaza Redonda y la de Lope de Vega hasta la magnífica Lonja -el mejor edificio de la ciudad- con el desmedido y vivaz Mercado Central, en frente. La tercera ruta nos llevaría por la calle de San Vicente hasta la plaza del Ayuntamiento, donde rugen las más estruendosas "mascletaes" cuando las Fallas. Y ya podrán decir que conocen Valencia cuando vuelvan al Bierzo, que está tan lejos, y que es tan distinto. El Bierzo y Valencia, ese diálogo de músicas y memorias que ha venido siendo mi vida.

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