Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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SI YO PASARA este verano en el Bierzo recorrería todos los lugares de la comarca que aún no conozco. Los valles que se escaparon; los ríos que me esperan. Y los bosques que me llaman. Todavía. Si yo pasara este verano en el Bierzo iría a Barjas, a sus aldeas que me cuentan y que son tan bravas y bellas. Y también apuraría la carretera de Oencia hasta llegar a sus pueblos más aislados. Pisaría las calles de Villarrubín y sabría que Sanvitul existe para bien de todos. Y vería las ruinas del castillo de Losio, que casi nadie vio. Y admiraría las estribaciones del remoto Courel de los lobos, donde tantos cuentos espléndidos ubicó el escritor lugués Ánxel Fole. Y en Castropetre meditaría sobre la fugacidad de la vida. Si yo pasara el verano en el Bierzo conocería la peña del Seo, que nunca supe bien donde estaba. La busco en los mapas, la encuentro, pero de nuevo se marcha, envuelta el brumas más literarias que físicas. Aunque al final sería capaz de ascender por esa peña, y hasta releería en su cima la novela que allí situó Raúl Guerra Garrido: El año del Wolfram . Y observaría las destartaladas instalaciones de las oficinas y almacenes que allí hubo en los tiempos de su esplendor bélico y minero. Si yo pasara este verano en el Bierzo, -largo agosto para leer y deambular por la comarca- conocería el ignoto valle de Tremor; me admiraría de su pasado hullero. Y tomaría una cerveza en un bar de Tremor de Arriba como un judío que conoce Jerusalén. Porque mi padre andaba por esos pueblos, de viajante de cuento, y me gustaría ver lo que él vio, sentir un poco lo que él sintió. Cosas sentimentales que sólo los antepasados despiertan. Y mi padre entrando ahora en Almagarinos con su Seat 600 nuevecito. Si yo pasara este verano en el Bierzo, me adentraría por los valles que bajan del Catoute o de los montes de León. Tantos pueblos que no transité, que me quedaban lejos. Tantas asignaturas pendientes: Igüeña, Quintana de Fuseros, Boeza, San Facundo... Graves fallas de mi geografía que iría restañando a solas, como un fugitivo del pasado. O del futuro. Si yo pasara este verano en el Bierzo descubriría una tarde a un mozo flaco y melenudo, veinte años en la vida. Un joven con camiseta amarilla, pantalón negro, barba y novia, anhelos y medidas. Y todo desmedido. Un mozo que era yo hace mucho. Pero le dejaría irse, no le diría nada. Mejor que siga su vida, por una Ponferrada de misterio incluso en los días más claros. Que siga ese muchacho jugando con el tiempo, y a ratos con el amor: era lo único que tenía el hombre. Y lo tenía todo.

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