Diario de León
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ernesto escapa
León

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Desde hace un par de años, la bicefalia socialista de Castilla y León venía mostrando reticencias y frecuentes mosqueos a través de sus costuras más estrafalarias, pero nada permitía suponer el sofoco de estos días. Porque todos sus protagonistas están bien retribuidos con presupuestos públicos y, en consecuencia, obligados a mantener la compostura. Esta anomalía, como tantas otras, arranca de un apaño congresual saldado con un respaldo superior al noventa por ciento. Sin debates ni alternativas, escenificando arreglos de trastienda. Son porcentajes que ahora llamamos búlgaros, pero que repiten la contabilidad de los refrendos franquistas, con los que empiezan desde hace décadas las sucesivas etapas fallidas del socialismo regional. Porque una vez tras otra se trata de relevos sin fundamento, articulados con la precipitación del ahí te quedas que yo me voy en busca de mejor provecho. Luego se suceden los malentendidos que enseguida derivan en desplantes, porque cada cual se apresura a pactar por su cuenta, sin avisar al compinche. Lo hemos visto repetidamente en este último bienio. El estallido del día de San Fernando no fue más que una derivada del previo anuncio de marcha de Rubalcaba, que agitó el duermevela de las expectativas. Y ahí andamos, tratando de adornar con disimulos el boñigo.

El problema no es nuevo en estos treinta y cinco años de socialismo regional trenzados por doce congresos. Un recorrido con frecuentes oscilaciones y siete responsables, que van desde el segoviano Trapero hasta el palentino Villarrubia. Si uno repasa el panel de resultados de las ocho elecciones autonómicas, no es difícil descifrar las claves del prolongado declive de la aturdida oposición. Recordemos que el PSOE ganó la primera convocatoria, empató la segunda malogrando diez procuradores y ciento veinte mil votos de una tacada y perdió con descalabros crecientes todas las demás, acumulando seis revolcones seguidos. El triunfo lo personalizó Demetrio Madrid, que pagó un alto precio por su atrevimiento, y los fracasos han correspondido, con alguna reincidencia, a Juan José Laborda, Jesús Quijano (que antes, en 1986, había declinado la presidencia transitoria entre la salida de Demetrio y la irrupción de Laborda), Jaime González, Ángel Villalba y Óscar López. Mientras Demetrio tuvo que pasar una larga temporada en el purgatorio, los fracasados, con la excepción de Quijano, que eligió seguir en casa y ahora vuelve como presidente de la gestora, enseguida encontraron puente de plata y tentadores retiros para su despedida. Laborda saltó a la presidencia del Senado, Jaime González a la Comisión Nacional de la Energía y Villalba a la vía estrecha.

Más allá de la consolación individual de los perdedores, la secuencia de datos proyecta un mensaje demoledor: casi tres décadas sin ganar unas elecciones autonómicas en Castilla y León. Un paisaje político encallado y de tan acusada asimetría se traduce, en primer lugar, en la fugacidad de los opositores de guardia. En este proceso declinante, el partido que hegemonizó el cambio en los ochenta ha ido perdiendo capilaridad y acomodándose a una parcela de resistencia casi residual. Muchos de sus cargos los ocupan transeúntes diversos y opacos de la política, que pasan ahí el rato hasta ver si sale algo mejor. Ahora la bronca vuelve a mover las sillas. Acaso es lo mismo. Porque para seguir perdiendo vale cualquiera.

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