Diario de León
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VERLAS VENIR ERNESTO ESCAPA
León

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A l cabo de siglo y medio desde su estreno, la minería del carbón ha conocido sucesivos apagones parciales, que fueron dejando en baldío zonas diversas previamente explotadas. Ceses de actividad que prácticamente nunca tuvieron que ver con el agotamiento de los filones carboníferos, sino con estrategias empresariales infundadas. Ahora llegamos al cierre definitivo, que arrastra también consigo la clausura empresarial de unas térmicas cuyos tufos hace tiempo que procedían de carbones importados y sólo muy residualmente de carbón autóctono. Porque las empresas eléctricas dueñas de las térmicas rápidamente despreciaron a la minería de su entorno.

Claro que sus prisas de ahora, por echar el cierre cuanto antes, malicio que tendrán más que ver con el escrutinio europeo a las ayudas recibidas (440 millones de euros en apenas unos años) para rebajar sus emisiones. Supimos que se embaularon esa morterada de millones, no porque cejara la emisión de tufos, que de eso nada, sino por su acreditada picardía para aprovechar subvenciones por la cara. Así que lo que toca ahora, con estos millonarios de la luz, es aplicar una estricta exigencia para que no dejen con sus desalojos las instalaciones hechas unos zorros. Que es ni más ni menos lo que pasó y parece que va a seguir pasando con la espantada minera.

Hay secuelas de la minería cuyo efecto no se va a corregir ahora, cuando llegan sus vacas flacas. Por ejemplo, esas barriadas de casas baratas que rompieron el equilibrio natural de paisajes bercianos, lacianiegos, saberenses o luniegos. Hace unos años ya adecentaron sus arquitecturas desconchadas y mudaron sus nombres ominosos, así que por ahí no cabe esperar mucho más. La tarea urgente consiste en combinar sin distracciones el escrutinio de la millonada vertida en ese tajo durante décadas con muy poco provecho y vigilar el manejo eficiente del dinero que está llegando y parece que seguirá para garantizar la llamada transición justa.

A ver si por una vez se aplica con decencia y cordura, sin dejar espantajos inútiles atravesados en el territorio, como esos polígonos industriales cuyo suelo sigue siendo rústico, porque nadie (y ya es grave, con la profusión de responsables públicos de todos los niveles concernidos) se preocupó de ordenar un uso al parecer concebido desde el principio como inverosímil. Eso es exactamente lo que no puede volver a suceder en esta nueva lluvia de millones, que con toda seguridad será la última. Porque ya no habrá segunda vuelta durante la que tratar de lavar o disimular las vergüenzas.

Entre las secuelas que deja el abandono del carbón, algunas requieren una atención inmediata. Por una parte, los elementos integrantes de su patrimonio industrial, a cuyo destrozo somos tan aficionados, para luego lamentarlo cuando ya no hay remedio. Diversos castilletes y otras estructuras históricas de su explotación piden un rescate decoroso, como testimonio de la actividad minera que nos identificó durante ciento cincuenta años. Y además es urgente el tratamiento reparador de los pozos y oquedades de extracción, siquiera sea para garantizar que no dejamos sembrado el paisaje de peligrosas amenazas.

Visualizo ahora la explotación del valle de Gordón donde fallecieron los últimos trabajadores de nuestra historia minera abatidos por el grisú, en octubre hizo cinco años, y el pozo gigantesco de su explotación al aire libre (entre Llombera y Santa Lucía), cuyo precipicio anillado de ningún modo puede permanecer como está. Quienes tenemos memoria de una niñez de cuenca minera sabemos bien el paisaje de pozos y trampas que esconden los territorios del abandono. Una picaresca que tampoco debiera repetirse ahora, a pesar de las prisas en echar el cierre.

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