Belén

El invento del maligno

Había surgido cierta inquietud entre el público aborigen al conocer que Telecinco preparaba una operación especial en torno a Belén Esteban. Esto fue hace unas cuantas semanas. Ahora ya sabemos lo que se prepara: nada menos que el estreno de un documental sobre la doña. Sí, sí: un documental, como los que las televisiones de otros países dedican a Churchill, De Gaulle o Kennedy, por no entrar en otros campos. El gran estreno, con festolín incorporado, será el martes en un cine de Madrid, y después podremos verlo (otra cosa es que efectivamente lo hagamos) en la tele el día 23. La película se llama La princesa del pueblo . El ejercicio incorpora, entre otras cosas, una encuesta con la siguiente pregunta: «¿Qué pasaría si Belén Esteban se presentara como candidata política?». Me estoy planteando seriamente no ver ese programa para evitarme el disgusto. Pero lo mollar de la cuestión es que una cosa así haya sido posible. Observe usted el procedimiento: cojo a una persona, construyo un personaje, lo elevo, lo inflo y, para remate, le hago un documental como si fuera Madame Curie. Nunca a nadie se le había ocurrido hacer nada parecido. ¿Por falta de talento? No: por exceso de vergüenza. Porque la operación Belén es vergonzosa, se mire como se mire. Aporto un argumento que ya se le habrá ocurrido a usted: ¿Cómo se gastan el dinero en estas cosas, habiendo tantas cosas como hay por contar? La respuesta es que a Telecinco no le interesa contar cosas, sino ganar dinero, y en Belén Esteban ha encontrado un filón. ¿Por qué? Porque hay un amplio sector de público dispuesto a comprar el producto. ¿Y qué público es ese? Hablemos claro: un público de formación muy limitada y gustos no particularmente exquisitos. Hasta hace pocos años, la tele se dirigía a ese público y aspiraba a mejorar su formación -"o, al menos, su información-" y a elevar un poco su gusto. Pero eso ya se acabó. Ahora la nueva consigna es bajar las redes hasta lo más profundo del charco, a ver qué pescamos. Y si hay que inventarse princesas de plastilina, nos las inventamos. Desfachatez.