Diario de León
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El invento del maligno josé javier esparza

Hay un viejo refrán, bastante soez, que dice así: «Para lo que me queda en el convento, me cago dentro». El dicho se aplica a quienes cumplen sus últimos días en algún puesto y aprovechan para sacar beneficio propio con perjuicio general. Y es lo que me ha venido a la cabeza al leer este titular: «TVE dispara sus compras en cerca de 300 millones». ¿Qué quiere decir eso? Que los actuales directivos de TVE se han gastado en este final de año cerca de 300 millones de euros más de lo que se gastaron el año pasado por estas fechas. Con el agravante de que se trata de compromisos cuyo pago se extiende hasta el año 2016, lo cual significa que el próximo consejo de RTVE, gane quien gane y sean quienes fueren sus titulares, tendrá las manos atadas, se verá obligado a emitir lo que los actuales directivos han comprado y, además, difícilmente podrá emplear su dinero —que será previsiblemente poco— en otra cosa que en pagar las deudas contraídas por estos desahogados.

Verdaderamente, lo de los capitostes de TVE es para llevarles a galeras. Primero, por gastarse lo que no tienen y hacerlo en un momento en el que ningún español sabe qué va a poder echar al puchero de aquí a un año. Segundo, por la felonía (y no se me ocurre otra palabra) de obligar al próximo equipo directivo a seguir una política de gasto decidida por mano ajena. Y una cosa y la otra nos llevan a lo mismo de siempre: la carga, cada vez más onerosa, de la televisión pública en España, cuya mera razón de ser se está convirtiendo en algo que nadie entiende. Incluso los que hace unos pocos años creíamos necesaria una televisión pública, estamos ya cambiando de opinión visto el poco sentido común de sus rectores. Y eso, por cierto, vale lo mismo para la estatal que para las autonómicas. Los que han denunciado este despiporre de TVE dicen que la culpa la tiene Alberto Oliart, por haber dimitido sin dejar arreglada la sucesión, de manera que cada departamento está tirando por su cuenta y ahí nadie pone orden. Será verdad. Pero eso no hace sino echar leña al fuego. Esa hoguera hay que apagarla.

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