Diario de León
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En el verano de 1962, el escritor Ramón Carnicer recorrió el valle del río Cabrera, en el confín de la provincia de León con las de Zamora y Orense. El título del libro que escribió a partir de él, Donde las Hurdes se llaman Cabrera, deja claras cuáles eran las condiciones de vida de los vecinos de la comarca en aquel momento.

Cincuenta años después de aquel viaje cabreirés y en el centenario del nacimiento del autor villafranquino (nació en 1912), la editorial Gadir vuelve a publicar un libro que es ya un hito en la literatura de viaje española y, para quienes con más o menos fortuna insistimos en su perpetuación, una referencia de primer orden. No en vano Donde las Hurdes… (y la obra viajera de Ramón Carnicer en su conjunto) marcó un antes y un después en un género que hasta entonces se preocupaba más del paisaje que de la gente, de la historia y del arte que de la verdadera vida. Sobre todo cuando esa vida, como la de los desdichados vecinos de La Cabrera, no era motivo de orgullo para las autoridades responsables de ella ni para la sociedad a la que pertenecían. La persecución que Ramón Carnicer sufrió a causa de este libro en su momento explica meridianamente cómo la literatura a veces, incluso sin pretenderlo como es el caso, levanta ronchas y ello sólo por ser espejo de la realidad.

La publicación que nos ofrece Gadir del ya legendario libro de Carnicer tiene la particularidad, sin duda notabilísima, de incluir una serie de fotos hechas durante el viaje por el escritor que hasta ahora habían permanecido inéditas (en la primera edición se incluyeron sólo una docena) y que hablan bien a las claras de que éste no exageraba en sus descripciones. Don Manuel, el cura de Odollo, doña Virginia, la maestra de Saceda, Joaquín, el tamborilero, o las docenas de personajes anónimos que Carnicer inmortalizó a su paso por unos pueblos misérrimos que también quedan inmortalizados en esas imágenes cobran así rasgos físicos, si bien no los necesitaban, pues los retratos y descripciones que el escritor hace en su relato son tan vívidos que se ven; lo que no quita para que se agradezcan por lo que tienen de testimonial y también —todo hay que decirlo— por su belleza estética en bastantes casos. Y es que Ramón Carnicer era un buen fotógrafo por más que él no le diera importancia a una afición que, al parecer, mantuvo toda su vida.

En resumidas cuentas, esta nueva reedición de Donde las Hurdes se llaman Cabrera (la séptima ya en su larga historia) en el cincuentenario del viaje que lo originó y en el centenario del nacimiento de su autor constituye, pues, un acto de justicia además de un acierto de la editorial que la realiza. En estos tiempos de literatura efímera, de novelas de usar y tirar como si fueran periódicos o envoltorios, de relatos de entretenimiento sin más objetivo que éste, recuperar un texto que conmocionó en su día a toda una sociedad lectora como lo hicieran otros aparecidos también en la misma época y pertenecientes al mismo género literario —de Antonio Ferres y Armando López Salinas, de Juan Goytisolo, de Jesús Torbado…— es un ejemplo de coherencia y una muestra de valentía editorial que los lectores de siempre, en papel o en formato digital, apasionados o diletantes, aficionados o no a un género literario que es la madre de todos los demás (¿qué son, si no, todos los libros fundacionales de todas las literaturas de este mundo, desde la Anábasis al Quijote , desde la Ilíada o la Odisea al Viaje de Marco Polo o a las crónicas de Indias, más que relatos de viajes y de viajeros?), agradecemos infinitamente.

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