Diario de León
Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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Con cuatro manos susurrantes envolvías cicatrices y llagas un poema uñas huesos errores limosnas y lo llamaste mío». Con estas palabras el poeta residente en Valencia Víktor Gómez, desordena la pobreza, en su libro publicado recientemente. De esta manera la palabra se genera en torno al concepto y lo sacude con ganas, con la contundencia que un poema puede asumir en tiempos de dolor verdadero.

Pero la pobreza no parece enterarse. No parece saber que hay crisis y cada día se alimenta más de sí misma. Porque la pobreza, sin darnos cuenta, es ese capataz displicente que guarda y alimenta los campos repletos de riquezas de esos entes, los mercados, que se aderezan y refuerzan en lo malo pero sin remedio alguno. Son como esos personajes de Cortázar, las famas, tan rígidos y sentenciosos que están por encima de la necesidad humana.

Estos días nos enteramos de que ochenta y cinco personas acumulan la misma riqueza que tres mil quinientos millones de seres humanos. El informe, de Oxfam (una coalición de diecisiete organizaciones no gubernamentales que luchan contra la pobreza), deja patente la desolación e impunidad con que unos y otros viven.

No pierdan el dato, ochenta y cinco personas guardan lo mismo que la mitad de la humanidad. Erigiéndose en dueños y señores de todos esos recursos sin que el resto, que se muere de hambre, haga nada a cambio. Los poetas poco pueden hacer en estos temas, tan sólo poner el acento en ese desorden cívico, en la demencia civil por permitir esto y en ese grito para que no se olvide la palabra injusticia.

Pero los gobiernos, esos representantes de los tres mil quinientos millones de personas, sí tienen herramientas para delimitar lo que resulta vergonzoso. Tienen el poder de elegir: estar a favor de esos seres rígidos y sentenciosos, los mercados... o estar en consonancia con un pueblo que antes o después levantará la mano en contra de quien le oprime las entrañas desde lo más alto. Creo que existe tan sólo una opción válida. Y que entre todos debemos convencerlos. Sin duda, Podemos.

La pobreza es fea, y la belleza ha de imponerse. Es feo escuchar a un hombre que ha tenido acceso a una cultura de élite, como el obispo de Alcalá, decir palabras tan huecas y llenas de ignorancia como que el «feminismo ideológico es un paso en el proceso de deconstrucción de la persona». Es tan feo aludir argumentos banales en contra de la libertad, que, hoy, esta columna se alía no a favor de la pobreza (la material y la espiritual y de conciencia) sino con toda su fuerza en contra de ella.

La pobreza es esa perversión vital que uno ha de eliminar del planeta, y para ello, hay que luchar contra esos que la generan, los especuladores y los hambrientos de dogmas, contra los avariciosos y contra los prelados de las verdades morales arcaicas y llenas de discursos segregadores y clasistas. Por ello, con la asunción de la belleza, nuestra lucha está en manos de los valientes, es decir, la de todos los ciudadanos que la ejercen.

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