Diario de León

La leonesa Lea Vélez novela la rutina de la muerte

La periodista publica con Galaxia Gutemberg ‘El jardín de la memoria’ .

La escritora Lea Vélez, en Madrid.

La escritora Lea Vélez, en Madrid.

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pacho rodríguez | león
León

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De Villadangos del Páramo a Brighton se va por Lea Vélez, nacida en la capital pero leonesa de muchos sentimientos, familia y veranos. Es hija del leonés Carlos Vélez, rescatado ahora por la memoria de muchos tras su reciente fallecimiento. Precisamente, el creador del mítico programa literario Encuentros con las letras, murió el mismo día que se presentaba El jardín de la memoria. Y este libro que posteriormente sí presentó Vélez es un relato o una novela o muchas cosas más, o la vida de frente: «Hola, me llamo Lea y mi marido se está muriendo», escribe, y es principio y final donde la autora, también guionista y periodista, provoca entre medias conmoción y hasta a veces humor como terapia, y esa sensación casi surrealista de afrontar lo cotidiano junto a los grandes acontecimientos de la vida.

Pero además aporta una historia o historias paralelas que sirven para construir un relato en el que la vida prevalece sobre la muerte. Y puede que Lea, que lleva en el nombre mandato tan recomendable, sea un poco de todo eso que sale a flote en este libro que sucede a La cirujana de Palma (Ediciones B), que también publicó en este 2014 que se agota. En el transcurrir del libro destaca desde el inicio lo que Lea Vélez quiso contar en su presentación: «Hay algo de tabú que yo quería romper sobre la muerte», afirmó. Y a partir de ahí lo que se puede decir que consigue también es poner sobre la mesa la historia global y compartida que cuenta con una elogiable potencia vital y literaria. Y hay mucho amor en todo, también desgarro, pero amor por encima de todo. Y algo de instinto de supervivencia por parte de la propia autora. «Todos hemos tenido o tendremos experiencias similares. Yo lo que hago es contarlo», explicaba además de indicar que el trabajo literario se respetó desde el máximo rigor para no caer en la complacencia yoísta.

Y así, aunque acabe mal como la vida, El jardín de la memoria (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores) es un viaje sobre, por y con la vida. Más vital que pesimista, con visiones de España, de Brighton, Sheffield, Malmesbury... Lugares en los que la autora, junto a George, su marido, protagonista central que afronta sus últimos días desde la consciencia y hasta cierto punto la victoria ante lo inevitable, también se retrata como lo que es ella: sin llegar a personaje, el reflejo y resultado de una vida muy literaria, viajera, imaginativa y creadora, madre, soñadora... Muchas Vélez en esta Lea. Y aparentemente dispuesta a seguir. Tal vez, también movida por frases tan bellas como la que ella misma escribe: «Ahora estás hecho de un aire que empuja con constancia mi columpio».

Quizás sea la continuación trascendental de una persona con raíces y presente en León que reivindica y quiere recordar: «Mis padres son de León y yo tengo allí tíos, claro, y primos, pero es que además me siento de verdad medio leonesa, emocionalmente al menos, pues todos los veranos de los 12 a los 24 años iba a allí a pasar los dos meses enteros, a la urbanización de vacaciones de Villadangos del Páramo», explica. Y como en esos años iniciáticos pasan grandes cosas, también recuerda Vélez que «en ese trocito del Camino de Santiago tuve los verdaderos amigos de la pandilla de vacaciones: mis primeros novios, mis escapadas en bici», comenta.

Sus veranos en León

Y así, si Lea da rienda suelta a su memoria leonesa enlaza con su vocación literaria para recordar que, como en su libro, la vida está para contarla. Y ella tiene su propio gran guión: «En León me disfracé en las fiestas de la urbanización de mil cosas, hice playbacks , recorrí sus calles disfrazada de incómoda reina de las fiestas tirada por un tractor, comí kilos de pipas, me bañé en el río de Carrizo, enseñé a nadar a niños y a mineros del Bierzo, en pueblos como Cacabelos, Torre del Bierzo o Noceda (mineros de humor excelente, por cierto, que por ser todo músculo se hundían hasta el fondo como piedras entre carcajadas), me fui de copas a Valencia de Don Juan o al Húmedo, según nos daba, y me pueden las mantecadas de Astorga, el cocido maragato y las sopas con truchas de Santa Marina del Rey, donde mi abuelo fue médico rural y tiene hasta una calle (calle del doctor Vélez). Así que como ves, mi genética viene del frío y de las patatas picantes, pero es que además, el corazón, que yo creo que se forja en la adolescencia, siempre ha estado por allí».

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