Diario de León

CULTURA

Desnudos y carne para el poder

El pintor leonés Vicente Soto expone sus últimos trabajos en la Casona de Carriegos

Vicente Soto con su obra sobre Franco y Felipe González

Vicente Soto con su obra sobre Franco y Felipe González

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MARCELINO CUEVAS | LEÓN
León

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«Quiero que mi pintura funcione como carne. Para mí, la pintura es la persona que ejerce sobre mí mismo un idéntico efecto que la carne». Esto decía de su obra el pintor germano-británico Lucian Freud. Y esas mismas palabras pueden aplicarse a las obras que presenta en la Casona de Carriegos el artista leonés Vicente Soto con el título Sur, mapas de piel y carne.

«El tema de la carne —dice Vicente Soto— fue, es y será un motivo esencial cualquier artista a través de la historia. La observación del cuerpo transformado que cubre todos sus actos y convertido en paisaje, en tierra, en acontecimiento, en océano, en animal castigado o premiado… en evidencia y, al fin, en olvido. La carne es consciente de sí misma; por medio de ella percibimos la orografía exterior. La carne no es solamente carne, sino humana por sus propias percepciones».

Freud se centró en una peculiar interpretación de la pintura realista, conectada en parte con el precedente británico de Stanley Spencer, pero también dejándose contagiar por el morboso sentido físico, carnal y existencial del primer Francis Bacon. La pintura de Lucian Freud debe su original peculiaridad al modo con el que supo abordar la figura humana, fundamentalmente desnuda y haciendo siempre valer su turbadora densidad carnal.

Vicente Soto lleva más de dos años transitando en el mundo de la degradación del cuerpo humano. Comenzó pintado los semidesnudos de los personajes que consumen su ocio al lado de las piscinas urbanas o de las playas de las costas. En ese caso buscaba las posturas indolentes de unos seres a los que sorprendía cuando pensaban que nadie los miraba. Fue el primer paso, después, poco a poco, ha ido buscando ese mapa lleno de ingratos relieves, esas grotescas orografías, que las personas van auto creando inexorablemente a su paso por la vida, en su discurrir por el tiempo. «Contemplar —dice el pintor— un ser en estado inerte y a punto de convertirse en materia mineral hace recapacitar seriamente en lo que somos. Realmente quiero pensar que trascendemos, pero por lo observado en mis años de vida, lo cotidiano nos convierte a la mayoría de nosotros en meras representaciones de una obra teatral que se repite inmisericorde. Buscamos un papel y lo interpretamos a la perfección y la mayoría de las veces creyendo en el guión».

El pintor es enormemente sincero, hasta llegar a representar su propio cuerpo erosionado por el tiempo. «Evidentemente —explica— disfruto pintando cuerpos humanos en posiciones variadas cómo supongo lo hace todo artista que se precie. Es el motivo más cercano y uno de los más complejos a la vez. Aquí no hay retrato psicológico ni se intenta mostrar ningún tipo de costumbre humana. Esta exposición es un divertimento en la parte más visceral de nuestros cuerpos que corresponde a lo que llaman en anatomía tronco; dónde se sitúa el corazón que para los antiguos era el motor del sentimiento y lo  genital, que domina en una gran parte de nuestras vidas a los sentimientos o se confunde con ellos. Puede el espectador encontrar en parte erotismo, pero también deducir derrota y cansancio en la contemplación de un simple torso».

El autor tiene otras facetas en su exposición de Carriegos, así las explica: «En el centro de la sala —explica— he colocado un prisma rectangular con la representación en gran formato de cuatro caras; tres de las cuales son bien conocidas en las historia reciente de este país por haber regido o haber tenido un gran poder sobre el resto. Y la otra cara es la mía propia, justo el caso opuesto: la persona que carece de deseos de poseer o de poder, a sus pies una enorme chuleta. Es un pequeño montaje que se podría llamar carne de poder y aspiración».

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