Diario de León

CULTURA

Cuando el talento se hereda

Los hijos de los creadores leoneses que siguen sus pasos.

Amelia y Antonio Gamoneda, hija y padre, ambos dedicados a la creación literaria, aunque practican géneros diferentes.

Amelia y Antonio Gamoneda, hija y padre, ambos dedicados a la creación literaria, aunque practican géneros diferentes.

León

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«Ojalá hubiera heredado el talento de mi padre y no su dinero», se lamentó el hijo de Cela a la muerte del autor de La colmena. No es el caso de los descendientes de escritores leoneses como Luis Mateo Díez, Antonio Gamoneda, José María Merino o Juan Pedro Aparicio, que han decidido surcar sendas literarias paralelas a las de sus progenitores También en el campo del arte hay ‘sagas’ como la de Ramón Villa y sus hijas, Modesto Llamas y Olga, Alejandro Vargas e Ignacio, Luis García Zurdo y Graciela o cineastas como Julio y Alejandro Suárez y músicos como los Halftter. Nada que ver con la destructiva estirpe de los Panero.

El escritor José María Merino con su hija Ana. DL

El pintor Ramón Villa con sus hijas Nonia y Bárbara. DL

Los directores de cine Julio y Alejandro Suárez

Juan Luis, Michi y Leopoldo María Panero. J.J. GUILLÉN

Los músicos Pedro y Cristóbal Halffter. ANTONIO HEREDIA

Gamoneda aprendió a leer en 1936, cuando las escuelas estaban cerradas, con el único libro de poesía que llegó a publicar su padre —muerto prematuramente—. «Nunca su manera de entender y practicar la poesía influyó sobre mí. No hay posibilidad de ver un nexo que concatene la escritura poética de mi padre y la mía», explica el autor de Edad. Sin embargo, Amelia, la hija del Premio Cervantes leonés, ha seguido los pasos del autor del Libro de los venenos, aunque premeditadamente ha esquivado la poesía. Sostiene Gamoneda que «como herencia genética, esa continuidad de una vocación en el campo de la escritura parece bastante natural, pero luego se dan diferencias, por algo que es también bastante natural: mi hija, de alguna manera, no quiere ser algo que parezca una consecuencia, una itinerancia, una dependencia de la obra creativa del padre y, por tanto, trata de diferenciarse. Amelia no escribe poesía, aunque tengo la casi plena seguridad de que algo ha hecho ocultamente y no lo ha hecho nada mal, porque a algo le he podido poner el ojo encima». La primogénita del autor de Un armario lleno de sombra es traductora de escritores como Marguerite Duras, crítica literaria y ha escrito varios ensayos, como Merodeos. Narrativa francesa actual. «Ha creado», aclara su padre, «un campo lo más distinto posible del que es el característico de su padre».

Pese a ello, Gamoneda reconoce una «clara satisfacción» en que «mi hija, de alguna manera, esté en el campo de la creación». En términos parecidos se expresa José María Merino. Su hija Ana destaca en el campo de la poesía y el teatro, «lo cual me da mucha envidia, porque yo nunca he sido capaz de escribir teatro», confiesa el autor de El heredero.

Explica Merino que no hay ningún tipo de rivalidad, aún cuando su hija, que ahora ha decido probar suerte también en el terreno del cuento —en el que su padre es uno de los grandes maestros—, en ocasiones, le hace críticas y «yo, si algo no me hace gracia, también se lo digo».

Para Juan Pedro Aparicio que su hijo escribiera fue «toda una sorpresa». Y lo lleva «con resignación». Se enteró cuando recogió el primer premio. «Lo único que apuntaba a esa derivación es que leía mucho y cosas muy extravagantes. A los 13 años le gustaban Baroja y libros de psicología».

Piensa el autor de El origen del mono que a su hijo, Juan Aparicio Belmonte —autor de El disparatado círculo de los pájaros borrachos o Mis seres queridos— «debe resultarle incómodo ser hijo mío. Mantiene una total independencia. Somos muy amigos, pero en el ámbito literario él es muy celoso de su autonomía y a mí me parece bien. Sus novelas tienen fuerte personalidad, mucho humor y una visión del mundo que no tiene nada que ver con la mía. Sólo me deja leer sus novelas cuando ya están acabadas», asegura.

La saga de los Díez

Cuando Florentino Agustín Díez escribió sus tratados de Derecho Local, seguramente, no pensó que ‘crearía escuela’. Probablemente, el erudito lacianiego no imaginó que abriría una ‘brecha’. Lo cierto es que ‘inyectó’ en sus descendientes la vena literaria. Agustín Díez, que también hizo incursiones en la narrativa, no era consciente de que era el primero de una estirpe literaria. Todos sus hijos —con mayor o menor fortuna— siguieron sus pasos. Amén del académico y reconocido Luis Mateo, sus otros cuatro hijos han bebido del ‘veneno’ de la literatura: Miguel ha publicado antologías de cuentos y poesías en editoriales como Austral o Cátedra; Antón se ha dedicado a la pintura y las reflexiones sobre el arte; Fernando acaba de publicar uno de los ensayos más destacados en los últimos años sobre el mundo del trabajo, titulado Homo Faber, y el primogénito, Florentino, ha decido en la jubilación poner sus vivencias en el papel. Luis Mateo no ha podido impedir que sus hijos, Jaime y Gonzalo, y sus sobrinos siguieran el ‘instinto’ literario. El creador de Celama dedicó una novela, Azul serenidad o la muerte de los seres queridos, a su sobrina Sonia, incipiente escritora y fallecida en accidente. Sus sobrinos Raúl y Daniel tienen una productora de cine de animación; su hijo Jaime ha colaborado con ellos en varios guiones y es autor del poemario Los cielos del tren y su hijo Gonzalo, más centrado en la historia del pensamiento, ha publicado libros como Anatomía del intelectual o La barbarie de la virtud. «Ellos a mi lado han afinado un sentido autocrítico. No he tenido especiales complacencias. He sido un crítico duro», se sincera Luis Mateo. «Siempre he tenido una visión temerosa a que derivaran hacia la narrativa. En casa siembre ha habido un entendimiento muy relajado y nada complaciente», dice. Al autor de Las estaciones provinciales le resulta «extraño» que sus hijos fueran novelistas. «Me complacía más que estuvieran en otros territorios que a mí me enriquecían mucho, como el ensayo o la historia del pensamiento», dice Luis Mateo. El autor de Las estaciones provinciales admite que, como él ha sido un escritor muy prolífico, «en casa ya había bastante con un novelista». Pero reconoce sentirse orgulloso porque sus hijos hayan heredado su vena literaria, encauzada hacia otros géneros.

De los Panero a los Odón

Ramón Villa, pintor autodidacta, no oculta su satisfacción porque sus hijas hayan continuado la senda artística. Su hija Nonia estudio Bellas Artes y Bárbara, Museología, y dirige Candelabro, una floreciente galería de arte en Madrid. «Fue una sorpresa. No decidí lo que iban a hacer, pero su trabajo me ha enriquecido. Me superan en preparación y es un orgullo. No tengo rivalidad; al revés, aprendo de ellas», dice. Todo lo contrario de la autodestructiva saga de los Panero. Una familia tan prolífica en lo literario como destructiva en sus relaciones familiares. Una estirpe que se remonta a Lepoldo —el padre de izquierdas ‘reconvertido’ a poeta del ‘régimen’— y sus ‘desequilibrados’ hijos Juan Luis y los fallecidos Leopoldo María y Michi.

En casa hablan de planos, de rodajes y de efectos especiales. Son los Suárez, Julio y Alejandro, padre e hijo. Al final, sus carreras han acabado confluyendo. Y Julio se ha convertido en productor de The Fisherman —un premiado corto de su hijo— y ambos participan, como director y ayudante de director, en el filme El hombre que vive sueña. Los Halffter son un conocida familia musical. Rodolfo, Ernesto y Cristóbal, nacidos en Madrid en 1900, 1905 y 1930 respectivamente, y el sucesor de la saga, Ernesto, compositor y director de orquesta.

Los Trapiello, empezando por Andrés, siguiendo por Severiano (el pintor) y acabando por Pedro (columnista del Diario de León), son otra reconocida saga leonesa. Los Gracia son también una reconocida familia de fotógrafos, de Germán, pasando por Pepe, hasta Olaf. Los desaparecidos músicos Odón Alonso, padre e hijo. Odón Alonso Ordás, que falleció hace cuatro años, aprendió a tocar el piano en La Bañeza cuando otros niños estudiaban las primeras letras. Nunca olvidó el día que el gran piano llegó a su casa. Tenía seis años. La ciudad se conmocionó al ver pasar aquel enorme instrumento, más grande que la camioneta que lo transportaba. Humilde como todos los sabios, nunca se desprendió del ‘estigma’ de ser hijo de Odón Alonso González, quien le inculcó la pasión por la música, a la que se dedicó en cuerpo y alma toda su vida. Fue uno de esos casos en los que el padre acabó por ser el ‘secundario’.-

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