Diario de León

LA ENTREVISTA

«Nadie puede escapar de sí mismo»

El ganador del Nadal apuesta por la novela mestiza y somete a los géneros a las necesidades del relato. Ex policía y ex seminarista, cree que la situación catalana da para un culebrón antes que para un novela de enredo

El escritor catalán Víctor del Árbol

El escritor catalán Víctor del Árbol

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MIGUEL LORENCI | MADRID
León

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Seminarista en su adolescencia, ex policía, escritor y zurdo -«como los buenos»-, Victor del Árbol (Barcelona, 1968) está más que reconciliado con su pasado. Todo lo contrario que los protagonistas de La víspera de casi todo, la novela que le ha dado el Nadal. Es una intriga sobre la identidad y los olvidos voluntarios y la desmemoria. Disfrazada de thriller oscuro, se articula en torno a unos complejos personajes que huyen de su pasado. Triunfador en Francia antes que en España, este mosso d’esquadra en excedencia llega al gran público español avalado por el decano de los galardones literarios, que se adjudicó en su 72 edición.

—¿Tiene género esta novela?

—Escribo novela mestiza. Utilizo los géneros como herramienta para explicar una historia. No quiero escapar de la etiqueta, y cabe la de thriller. Hay tensión narrativa acumulada y un desenlace inevitable. Tiene sus ‘Macguffin’. Parte de un asesinato, que no tiene trascendencia en la novela, y se resuelve en las primeras páginas. Pero me interesa la onda expansiva de esa muerte en quienes están alrededor. Es novela negra, sí, porque trata de personas que viven al límite y afrontan la culpa, el dolor y la injusticia. Es psicológica, porque los personajes, sus acciones, reacciones, y razones, son la fuerza principal de la historia. Y no es policíaca, que es un género que exige una investigación y que se imponga el sentido de la justicia.

—¿Todos huyen de aceptar su pasado?

—Su denominador común es la incomodidad con su pasado. Viven en un presente irreal, ficticio. Suman horas, acumulan días y años, esperando un cambio vital que no están dispuestos a hacer. Solo se quejan y se lamentan. Es una indagación de la identidad, sobre quiénes somos, quién quieren los otros que seamos y quién queremos ser. Hurga en la tensión entre lo que los demás quieren de nosotros y lo que queremos de nosotros mismos. A veces aparece en la vida de forma inesperada alguien que derriba nuestras convicciones y creencias y nos abre camino. Vemos lo que éramos incapaces de ver, los maravilloso de tener coraje y una esperanza por la que vivir. Admiro a la gente que lucha por sus sueños.

—El peso lo llevan Paola Malher y Germinal Ibarra. ¿Quiénes son?

—Germinal es el típico policía alcohólico y depresivo con un problema muy serio: un hijo con el síndrome de Williams. Cualquiera que tenga un hijo con una enfermedad rara comprenderá las presiones que soporta. Gallego vuelve a su tierra para esconderse de su pasado. No podrá. No importa dónde vayas o que cambias de nombre o identidad, nunca escaparás de tí mismo. Y eso le explota en la cara la noche en la que decide suicidarse. Ahí aparece Paola, una malagueña rica de 44 años que huye de algo tan concreto como el dolor. Sin destino, llega por casualidad a la Costa da Morte, el fin del mundo, donde acaba la carretera. Es una extraterrestre que aterriza en un zoo humano. Agoniza en un hospital y dice conocer al policía. Él lo niega pero ella le llama por su nombre. Todo transcurre en siete horas, con flashback que se remontan tres meses atrás es para explicar la situación. Se encuentran en un pueblo con una estructura cerrada, con gente que desconfía de los forasteros.

—¿Nadie puede ocultar su fantasmas?

—Sí. Nadie puede escapar de lo que es, de sí mismo. Aunque metamos la cabeza debajo de la tierra como el avestruz, la cosa no funciona. Es mejor parar y afrontar los fantasmas que negarlos. Es lo que hacen los personajes. Les obligo a parar y a mirar a la cara a sus fantasmas. Es una novela de olvidos y cegueras voluntarias. Somos muy buenos al recordar lo que queremos, muy selectivos con la memoria. Mi padre me ponía en mi sitio diciéndome que la vida me abriría los ojos. Pero aun así, tú los quieres cerrar. La ceguera y el olvido voluntarios son casi una manera de vivir, una elección.

—Usted ¿sí ha asumido con su pasado?

—Hacerte mayor supone que empiezas a parecerte a tu padre y a estar en paz con tu pasado. Uno da muchas vueltas a las cosas hasta que se acomoda y reconcilia con él.

—En el suyo hay unas cuántas piruetas. Del seminario a la Policía y a la literatura.

—Del 92 al 2012 afronté todas las funciones de un policía, y en momentos mas complicados para los mossos d’esquadra. No había competencias plenas y abrimos camino. Fui de la primera promoción de tráfico, asumimos las funciones de prisión o las judiciales.

—¿Lo dejó por la literatura?

—Sí. Comencé a tener éxito en Francia. Escribí El peso de los muertos y La tristeza del samurai siendo mosso, pero vi que las dos cosas eran incompatibles. Mis padres no tenía mucha formación. Soy de Nou Barris, un suburbio de Barcelona, con zonas como Torre Baró, territorio comanche. En casa no había libros, pero mi madre me ‘aparcaba’ en la biblioteca y leer para mí fue una revelación.

—La situación en Cataluña ¿daría para una novela de enredo?

—Para mucho más. Uno piensa que tiene un desenlace, pero la cosa no hecho más que empezar. En realidad es todo un culebrón.

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