Diario de León

El Curueño que nos lleva

Arrugas y paisajes. El escritor Jesús Díez traduce a narraciones los intensos y muy emotivos retratos fotográficos que ha ido tomando a lo largo del Curueño desde hace ya décadas. El resultado de ese trabajo es el libro ‘La nieve sin derretir’..

Retrato de Vitorino, de Valdorria. Jesús Díez mostrará buena parte de estas imágenes, el año que viene, en una amplia exposición en la comarca. JESÚS DÍEZ FERNÁNDEZ

Retrato de Vitorino, de Valdorria. Jesús Díez mostrará buena parte de estas imágenes, el año que viene, en una amplia exposición en la comarca. JESÚS DÍEZ FERNÁNDEZ

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emilio gancedo | león

«Yo te cuento y ya después lo hilas tú a tu manera...». Esa frase que Jesús Díez ha escuchado una y otra vez a lo largo de interminables conversaciones con la gente mayor de su ribera natal, el Curueño, siempre le ha dado que pensar. «Lo que están diciendo esas personas, en el fondo, es que ellas y nosotros, los escritores, somos iguales. Que, cada cual a su manera, e incluso de forma conjunta, somos contadores de cuentos, de historias».

Es una de las muchas reflexiones que brotan de las páginas de La nieve sin derretir (Huerga y Fierro), un libro de relatos lleno de gestos y de símbolos. De arrugas en la piel, surcos en el paisaje e hitos en la memoria. Porque la obra nace, en realidad, de un trasvase, del trasiego creativo que va de la imagen fotográfica al relato literario, la conversión en narraciones de algunos de los muy sugerentes y emotivos retratos que Díez (Sopeña de Curueño, 1952) ha venido tomando desde hace décadas a orillas del icónico río leonés. «Yo siempre me he preguntado una cosa: ¿Cuál es la relación, el vínculo, del escritor con su tierra y su memoria? Porque la literatura es eso, un enlace pero a la vez una separación, y una comunicación que se elabora, paradójicamente, en plena soledad. Yo me he dado cuenta de que las piedras, las sebes, los surcos... y también las palabras habladas y recordadas, forman parte de ese paisaje», comenta Díez.

La nieve sin derretir es una metáfora poderosa de toda esa memoria que aún se aferra, aunque cada vez más licuada, a las peñas y prados de valles tan despoblados y olvidados como éste. La memoria de personas con un bagaje cultural «más próximo a la Edad Media que a Internet» y unos valores de humanidad y humildad hoy en caída libre, según avisa el también autor de volúmenes de relatos como El niño del tren hullero o Sin reloj por la vida, poemarios como Velamen de poniente y cuatro libros de fotografías, a algunos de los cuales se asoman los leoneses aquí retratados en líneas y párrafos, casi siempre ocultos sus nombres originales bajo un barnizado literario.

«Es como un gran filandón», define Díez Fernández. «El encuentro con los últimos supervivientes de una cultura desaparecida, vidas fuera de lo común marcadas por la guerra civil, la posguerra y por el más reciente abandono institucional y poblacional». Pero gentes con valores extraordinarios, resumidos en actos como el de «besar el pan» cuando un trozo se caía al suelo —el gesto está presente en el relato Uso de razón—, a modo de desagravio. O esos niños que entran en el cuarto a dar el último adiós al familiar fallecido, invitación directa a conocer sin ambages los ciclos de la vida.

Son personajes míticos de la comarca los que se asoman al libro, como aquel practicante de lucha leonesa que perdió un ojo en la guerra y el de cristal lo mantenía en orujo «para que mejorase la graduación» o el recientemente fallecido Valentín Aldeano, que se enorgullecía de tener línea directa con Moscú, tocado con gorra del ejército soviético. Así lo retrató Díez, como a muchos otros, casi la mitad de los cuales han fallecido ya, cada uno con un elemento característico de sus vidas y oficios. «Lo sujetaban como si fuera una tabla de salvación, como diciendo ‘estoy orgulloso de esto’, ‘esto es lo que me mantuvo a flote’, pero también con un punto de nostalgia, de pérdida», rememora Díez.

Dignidad podía ser la palabra que apriscara a todas estas imágenes. «Supieron mantenerse en pie en circunstancias muy adversas. En su mirada hay muchos trabajos y muchos silencios», dice quien se siente orgulloso de haber observado ese mundo durante su infancia labradora, «con los ojos de la admiración y del sobresalto».

Jesús Díez tiene dos presentaciones previstas; una en el torreón de La Vecilla, el 5 de agosto a las 20.00 horas, y otra el 7 de agosto en Santa Colomba. Ocasiones para parlar sobre unas gentes únicas y unos recuerdos «que crujen como pan de hogaza recién salido del horno».

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