Diario de León

MINORÍAS ABSOLUTAS

Se llamará verano

Publicado por
Rafael Saravia
León

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Se llamará verano siempre, y será siempre cosa de la luz, del buen olor a cálido de cada cosa que se nos cruza desde por la mañana preñado de esa luz rubia que parece brindar en favor de la alegría siempre.

Otros lo querrán llamar vacaciones, ese término que nos delata como reos del tiempo que nos prestan. Como si la vida feliz sólo se pudiese hacer en ese mes que te conceden de gracia –quien lo tiene- y el resto del año asumimos que no, que no es tiempo de ser personas a tiempo completo.

El caso es que yo me quedo más con lo de veranear, como rotundidad del cambio, como cucharilla extra de azúcar para una tierra como la nuestra que alimenta el alma en invierno pero se alivia del peso y su noche en verano. Aquí en los nortes, la gracia del día largo, el calor preciso, el azul derroche de nuestro cielo y la posibilidad de dormir con algo encima, para sentir el peso y su calma sobre la piel, es sin duda un valor que nos guardamos para nosotros.

Tenemos la ciudad entera para festejar sin demasiadas aglomeraciones, hay espacio y luz, hay historia y eco en cada paseo. Hay posibilidad de sentir que la vida más allá de la obligación tiene su recompensa más larga. Luego está la fiesta, aquello que decía el Robe en su canción: «¿Que en qué coños ocupo el tiempo? / en salir, beber, el rollo de siempre, / meterme mil rayas, hablar con la gente, / llegar a la cama y... ¡joder, que guarrada! sin ti». Yo, que soy más de camisa de manga larga remangada y lisa —nunca he sido de rayas—, le veo el punto perfecto al placer de tomarse un vinin, dos cañas y tres orujos fríos a partir del café de la tarde, respirar el descanso del tiempo en la Plaza del Grano, dar un paseo por la Palomera, repartiendo paradas y charlas en el entretanto de esos refrigerios hasta llegar a casa, ver que el día todavía sigue en la ventana y que la vida larga deja un rato para leer de nuevo antes de la cena ligera, el reposo, la conciencia del día y su repaso en el paladar... es decir, un día de diario lleno de más posibilidad y calor.

Luego, si nos quedan ganas —y en verano las ganas aparecen más a gusto que de costumbre— tenemos el fin de semana. Romerías, fiestas con sus vírgenes y sus «praos» segados para amanecer con compañía o sin ella al final de la orquesta, pimientos, tomates, ajos... un día de fervor agostero viendo el ambiente que deja La Vuelta en La Camperona —con nuestra Feve a pleno pulmón estas gracias eran recíprocas y el del pueblo disfrutaba de la ciudad y el señoritín se acercaba a los pueblos con esa facilidad que molesta tanto a los que excluyen— saber que no hay mejor paraíso que el de estas montañas que nos guardan con ríos frescos, robles que no cuestan y un verde que escandaliza las ganas de vivir.

Se llamará verano siempre, porque vacacionear será otra cosa, más de cartera y pitiminí. Más de contar que yo estuve y gasté y no veas que mojito... pero la verdad que nos recarga el año entero no nos cuesta tanto. Se llama verano y es de todos.

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