Diario de León

LA ENTREVISTA

«El ser humano es un bicho tragicómico»

LUIS MATEO DÍEZ | ESCRITOR Y ACADÉMICO DE LA RAE

El escritor y académico leonés Luis Mateo Díez, que acaba de publicar una nueva novela, titulada ‘Vicisitudes’. EMILIO NARANJO

El escritor y académico leonés Luis Mateo Díez, que acaba de publicar una nueva novela, titulada ‘Vicisitudes’. EMILIO NARANJO

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VERÓNICA VIÑaS | LEÓN

‘Vicisitudes’ es la nueva novela en la que el escritor leonés Luis Mateo Díez inventa un nuevo género. Un libro sobre los días que parecen una vida. Sin duda, su obra más ambiciosa, con 600 páginas y 300 personajes. Mañana la presenta en Madrid y el 16 de mayo en la Feria del Libro de León. .

—Su nueva novela, ‘Vicisitudes’, no encaja en ningún género, ¿hay que crear uno nuevo?

—Sería exagerado decir eso. Comprendo que es un libro que tiene una ubicación caprichosa o complicada. La considero una novela por la razón puramente personal de que está escrita como yo hago las novelas, que es un capítulo detrás de otro. No es un libro de relatos, porque no parece razonable que alguien escriba 85 cuentos seguidos. Hay un mundo en el libro que he ido construyendo desde hace mucho tiempo, hay un territorio imaginario, una comarca que se llama Celama en el sudoeste, las ciudades de sombra y muchos habitantes que los lectores de mi obra reconocen. Es más que una concatenación de cuentos. Eso me hace lanzar la idea de que es una novela en 85 capítulos.

—En ’Vicisitudes’ despliega toda la cartografía de Celama, pero ¿amplía territorios?

—Desde el comienzo sentí la necesidad de crearme un mundo propio, que tuviera una geografía concreta, para que toda mi obra se pudiera desarrollar en ese territorio. En Las estaciones provinciales hay una ciudad innominada que se ajusta al callejero del León de los cincuenta. A partir de ahí, hay una geografía imaginaria, con ciudades inventadas, con una capital que es Ordial, y las que llamo ciudades de sombra, con un perfil urbano peculiar: una esplendorosa antigüedad y una gran decadencia que las ha llevado a ser ciudades viejas y misteriosas, con una orografía complicada. Un territorio que se ha ido expandiendo, pero limitado por los ríos Nega y Margo. Algunos críticos han hecho cálculos y dicen que hay más de quince ciudades y 300 personajes. Es un mundo muy poblado.

—¿En la novela, pesan más los lugares o las personas?

—Hay equivalencia. La novela descansa en los personajes. Soy un novelista más de personajes que de tramas, aunque me gustan las buenas historias, que inquieten y fascinen. La geografía es muy importante, porque esas ciudades tienen una atmósfera intensa; y los personajes tienen en su interior la niebla de esas ciudades.

—¿Cómo se acomete una empresa literaria de esta envergadura?

—En la vida no tengo ambiciones, pero en la literatura no tengo límite —entendido como un reto—; a veces para llegar a buen puerto y otras para quedarte a medio camino. En este libro de llegada, como lo fue Celama, es posible culminarlo cuando has aprendido mucho y has construido muchas historias y has seguido un camino de depuración en la escritura. Hace falta un subsuelo y un buen armamento para llegar a algún tipo de conquista medianamente interesante.

—¿Le molesta que le consideren el Galdós del siglo XXI?

—¡No, sería maravilloso! También me dicen que soy el más genuino representante de Cervantes en la actualidad. Es un elogio que me avergüenza. Me siento heredero de nuestra gran tradición literaria, del esperpento, del realismo, del Siglo de Oro... Eso significa sentirme amparado y no otra cosa.

—¿De dónde saca argumentos para 85 historias?

—En mis libros lo importante son los personajes, de los que destilan esas tramas. Esos seres imaginarios son la fuente de mi literatura. Reivindico la ficción pura y dura atada a la vida.

—Drama, humor absurdo y tragicomedia desfilan por el libro. ¿Es más difícil escribir tragedia o comedia?

—Lo más difícil es el humor. El humor necesita en quien lo hace un espíritu irónico, una mirada a la vida con un cierto punto de extorsión y de mucha rebaja de las cosas. Yo he navegado mucho en lo tragicómico. El ser humano es un bicho tragicómico. Corren tiempos penosos en los cuales hay más humor negro. Vivimos en el mundo más absurdo de los posibles.

—Este es un mes crucial para usted. Publica su gran novela y aparece la ‘biblioteca Luis Mateo’. ¿Ha sido coincidencia?

—Como soy tan prolífico, tengo dos editoriales, que me quieren y me cuidan. Una es Alfaguara, que ha corrido muchas Vicisitudes. Me propusieron ordenar mi obra, recogerla en una biblioteca de bolsillo. Y la otra es Galaxia-Gutenberg. Soy muy fiel a las dos, que me han ayudado y prohijado. Ha sido una coincidencia editorial un poco exagerada. Estoy a punto de llegar a los 75 años, se cumplían 30 de la Fuente de la edad y ahora me he metido en Vicisitudes...

—¿Se ha tomado la venganza de crear algún personaje odioso a partir de uno real?

—No. Entre mis personajes hay de todo, seres miserables y con grandeza espiritual, seres recovecosos y poco gratos. Casi nunca hay referentes reales. Mis seres humanos son muy suyos, aunque destilan y reflejan muchos comportamientos. No he encontrado en la cotidianidad personajes miserables, quitando los habituales, que hacen las cosas terribles que estamos viendo. En mi vida he encontrado más bondad que espíritus siniestros.

—¿‘Vicisitudes’ es la novela que quería escribir cuando empezó en la literatura?

—Soy un escritor de proyectos, como los arquitectos. Todos mis proyectos se reflejan en mis cuadernos de notas. Sí he sido un escritor paciente. Sabía que tenía que llegar a algunas cosas que no podía afrontar de manera inmediata.

—¿Cómo se manejan 300 personajes sin perderse?

—En mis cuadernos anoto los personajes y las ciudades. Creo que en algún momento se podrá hacer la cartografía real de mis novelas. Anoto para no perderme. Cuando termino un libro lo meto al menos un año en el congelador. Luego pierdo la memoria concreta y soy yo el sorprendido al leer algunas de las historias.

—¿Siente lástima o ternura por sus personajes, la mayoría perdedores?

—Los quiero mucho; a todos. No soy de los autores que aborrecen a los personajes. Yo los respeto, dejándoles la reserva de sus secretos últimos. Cuento de ellos lo que creo que debo de contar.

—¿No cree que se le ve el plumero de académico y que sus personajes hablan demasiado bien?

—No. Siempre fue así. Desde el comienzo sabía que trabajaba en un mundo peculiar. Sería injusto que no reconociera mi propia memoria de haber vivido en una provincia y en una ciudad donde había mucho gusto por los topónimos y por las palabras. Mi padre, don Floro, sabía que lo mejor que tenía el hombre era la palabra. En eso me he educado. Hay un aprendizaje en el gusto de saberlo nombrar todo, de saber que las palabras tienen usos muy variados y que la sintaxis puede distorsionarse para hacer que las cosas sean más expresivas. He tenido ese afán por las palabras hermosas, que tienen hasta significado secreto.

—¿Cuándo decidió abandonar la poesía?

—Cuando tuve la convicción de que no valía para ello. Tuve amistades juveniles con poetas y me vi imbuido por el afán de intentarlo, aunque con resultados malos. Sí tuve la conciencia de que un elemento crucial para el aprendizaje literario estaba en la poesía. He sido un profundo lector de poesía y he tenido la suerte de contar con grandes amistades entre poetas, como los viejos amigos de Claraboya.

—¿Por qué la RAE no hace también el diccionario de las palabras que no existen?

—Uno de los compromisos más fuertes que puede tener una institución es el de las palabras, y más en una lengua como la nuestra. Es un patrimonio tremendo, que todos los días se usa, se modifica, se reinventa... Es un patrimonio que atañe a muchos países. La RAE, con atender esto mínimamente y ordenar algo, sin ser policía verbal, tiene suficiente. Son complicadas las palabras de la realidad, así que es difícil pensar en las otras.

—¿Cómo se logra escribir un libro de 600 páginas sin que sobre ninguna?

—Si eso fuera verdad, cosa que dudo, sería un elemento fundamental del reto de la escritura. Uno se va haciendo con un estilo y supongo que el camino que uno sigue está siempre en un punto de depuración.

—¿Un académico nunca tiene dudas ortográficas?

—La ortografía es fundamental para el orden. Reivindico el respeto a las reglas de juego, pero también la condición de francotirador del lenguaje que tiene el creador, que puede establecer elementos de ruptura, tanto en el sentido de las palabras como en la arquitectura de la sintaxis.

—¿Cuál es su vicisitud como escritor?

—El orden, como ser humano y como escritor. Tengo una incapacidad para ordenar la vida. Esa propensión al desorden que me ha marcado siempre, siendo por otro lado persona con una imagen más comedida, ha estado también en la literatura. El desorden en la creación te lleva al artificio, que es lo que más aborrezco. He tenido que establecer una especie de guardián dentro de mi mismo. Necesito que me vigilen.

—¿Su literatura se ha depurado al tiempo que se ha enriquecido?

—Creo que sí. Uno pierde adherencias para lograr un nivel más profundo de belleza, de significación, de sugerencia y de complejidad. En las 85 novelas de Vicisitudes se visualiza una extensa comedia humana. Hay días que parecen una vida.

—¿Cree realmente que hay días que parecen una vida?

—La frase me gusta. Inquieta mucho y te hace pensar. Vicisitud es una palabra muy bonita que se ha dejado de usar. A la gente joven le ha fascinado que exista una palabra que sugiera tantas cosas. Sí tengo esa sensación de que somos lo que fuimos en un momento muy importante de nuestra vida. En Vicisitudes el esfuerzo es contar los elementos cruciales en la vida de determinados personajes.

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