Diario de León

FERNANDO IWASAKI | ESCRITOR

«El origen de la desigualdad no está en la lengua»

Fernando Iwasaki. JEFFREY ARGUEDAS

Fernando Iwasaki. JEFFREY ARGUEDAS

Publicado por
Alfredo Valenzuela
León

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El escritor peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961) ha publicado Las palabras primas (Páginas de Espuma), donde retoma el tema del ensayo con el que ganó el Premio Rey de España de Periodismo en la categoría Don Quijote, el presente y futuro de la lengua española. Afincado en Sevilla desde hace treinta años, Iwasaki, historiador de formación, es profesor de Retórica de la Universidad Loyola Andalucía y, de la estirpe de Guillermo Cabrera Infante, raramente renuncia al humor o al juego de palabras.

—¿Acabará considerándose más ensayista que narrador?

—En América Latina los escritores somos ensayistas y narradores, mientras que en España abundan los poetas que además son novelistas... Está el caso de Borges, que escribió poemas, ensayos y narraciones memorables, pero Borges es la excepción porque fue excepcional en todo. En la España actual sólo Andrés Trapiello recorre ese camino.

—¿Por qué habla de un nuevo ensayismo en español?

—Porque el ensayo, tal como lo creó Montaigne, ha sido rehén del mundo académico durante muchos años, llenándose de teorías y maleza crítica. El ensayo es un paseo, una divagación y una conversación. Según la Real Academia ensayo es un «escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito», pero nunca falta el que quiere que le enseñen el aparato.

—¿Se refiere al ensayo que dedica a «la polla de Cervantes» en «Las palabras primas»?

—No... ¿por qué en América Latina una polla es una apuesta y en España es algo que nadie apostaría? Nuestro vocabulario está lleno de expresiones provenientes de los naipes del siglo XVI como el «Juego del Hombre», donde la polla era el dinero que estaba sobre la mesa y para llevársela o «hacerse un hombre» los jugadores tenían que meterla, sacarla y correrse. La polla cruzó el charco y allá siguió siendo una apuesta, pero la que se quedó en España se convirtió en otra cosa porque la lengua es muy promiscua.

—Deduzco que no está a favor del uso de «miembra» y «portavoza», voces que promueven algunas líderes de la izquierda española.

—Soy partidario de que cada uno hable como le dé la gana mientras se le entienda, ya se trate de Tarzán o del maestro Yoda. Lo que no me cuadra es que se consagren esas voces en la norma, como pasó con «toballa» o «murciégalo». ¿Qué pasaría si la Dirección General de Tráfico aceptara como válidas y reglamentarias todas las maniobras que cualquier conductor temerario improvise a toda velocidad? Si la izquierda desea darle visibilidad semántica a las mujeres debería comenzar por cambiar la letra de La Internacional. ¿Cómo cantar «Arriba los pobres y las pobres del mundo, / en pie los esclavos y las esclavas sin pan» sin que parezca el «Aserejé»? «Agrupémonos todos en la lucha final» sería un verso discriminador y no habría concepto más sexista que el «hombre nuevo». El origen de la desigualdad no hay que buscarlo en la lengua ni podremos corregirla manipulando el diccionario.

—¿Por eso es que los políticos terminaron siendo primates como los monos?

—En efecto, la segunda acepción de «primate» según la RAE es «personaje distinguido, prócer», porque a comienzos del siglo XX los políticos españoles creyeron que «primate» era la suma de primado y magnate, y se arrogaron el apelativo.

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