Un cura leonés destapa una obra secreta de Miguel Ángel
Una obra maestra ‘oculta’ en Suiza. El prelado leonés José Manuel del Río Carrasco ha descubierto un óleo de Miguel Ángel inédito hasta ahora. Propiedad de una compañía estadounidense, es la única pintura sobre tela que se conoce del autor de la Capilla Sixtina, con la que guarda muchas semejanzas.
Al leonés José Manuel del Río Carrasco, prelado en el Vaticano, le encomendaron una difícil misión en Ginebra. En el puerto franco de la ciudad suiza se encuentra uno de los museos más grandes del mundo y también secreto, con más de dos millones de obras de arte, entre ellas un millar de cuadros de Picasso, sarcófagos egipcios y etruscos, obras de Klimt o El Greco. Un ‘almacén’ gigantesco donde los multimillonarios y coleccionistas resguardan sus tesoros, libres de impuestos. En una de las cajas fuertes, monseñor del Río localizó un óleo de Miguel Ángel inédito.
Tardó ocho años, junto con la especialista en historia del arte y conservación del Vaticano Amel Olivares, en poder certificar que el cuadro, propiedad de una empresa estadounidense que se ha mantenido en el anonimato, lo pintó el maestro Buonarrotti.
En realidad, Del Río, que se define como «un humilde cura leonés» —fue párroco en Posada de Valdeón, Villaseca de Laciana y Reliegos de las Matas— tuvo que analizar primero otra obra, de los mismos propietarios, que resultó ser de un maestro renacentista italiano. «Luego me encargaron el de Miguel Ángel». Cuando vio el cuadro, tuvo un pálpito, «fue una emoción tremenda». Sabía lo que tenía delante, pero, para demostrarlo «hemos sudado tinta», dice.
El primer paso fue investigar la procedencia y que se trataba de una obra ‘limpia’, que no hubiera sido robada o incautada durante la Segunda Guerra Mundial. «Fue casi lo que más nos costó», confiesa monseñor del Río, que fue subsecretario de la Comisión Pontificia para los Bienes Culturales.
Del Río, nacido en León en 1960, doctor en Teología y en Historia del Arte, arqueólogo y experto en el archivo secreto del Vaticano, donde lleva desde 1997, averiguó que la compañía norteamericana propietaria del cuadro se lo adquirió a un anticuario napolitano que había emigrado de Italia en los años cincuenta con muchas obras de arte y residió en Nueva York y más tarde en Venezuela.
La primera pista
Después, los investigadores procedieron a analizar el cuadro con rayos X. «Fue impactante», asegura, «era una versión reduci da, con 33 figuras, del Juicio Final de la Capilla Sixtina». «Lo primero que vimos es que el óleo estaba pintado sobre una tela muy fina de lino y Miguel Ángel no dejó ninguna obra en tela». La pista más clara de que la obra localizada en Suiza, bautizada como El juicio final de Ginebra, era de Buonarrotti, la dio la propia pintura y, en especial, la figura de Cristo. Un Jesús sin barba, como el de la Capilla Sixtina. Recuerda el sacerdote leonés que la primera iconografía de Cristo se remonta al siglo IV, cuando se le representa joven, barbilampiño y apolíneo. A partir del siglo VI se impone el Pantocrátor, «como el del Panteón Real de San Isidoro», un salvador mayestático. «Miguel Ángel vuelve al Alejandrino, porque toma como referencia las estatuas grecorromanas del Vaticano, sobre todo, el Apolo de Belvedere». En el óleo y en la Capilla Sixtina Cristo no está en una mandorla —como ocurre en la colegiata de San Isidoro—, sino iluminado por el sol, como el dios Helio.
A Buonarrotti le gustaba autorretratarse en sus pinturas. En los frescos de la Santa Sede se mete en la piel de san Bartolomé; y en el cuadro de Ginebra, aparece como un hombre arrepentido, tapándose un ojo. El tercer elemento en el que repararon los expertos es en los ángeles, sin alas ni aureolas, «otra característica de Miguel Ángel». Pero había más ‘códigos’ de Buonarrotti en el lienzo, como los cuerpos incompletos, un efecto visual que da movimiento a las imágenes.
Cuenta monseñor del Río que antes que él y Amel Olivares los propietarios de la obra habían encargado una investigación en los años 90 de la pintura, que mide 96,52 x 81,28 centímetros. Los resultados perecieron en una inundación, aunque en uno de los pocos documentos que se salvaron se citaba que la obra había servido de boceto para una basílica.
El retablo de Florencia
Inspeccionadas y descartadas todas las de Roma, «nos llegó la inspiración». Así fue como llegaron a la basílica de Santissima Annunziata de Florencia. Cuando la visitaron, les entró una sonrisa. «El retablo tenía una pintura «que era muy parecida a la nuestra». Es obra del pintor florentino Alessandro Allori, amigo de Miguel Ángel. El cura leonés encontró una descripción de la obra de Allori en un inventario de 1792 de muebles y obras de arte de propiedad del marqués florentino Donato Guadagni. Radiografiaron el retablo y encontraron una inscripción de Allori que dice que realizó la obra siguiendo la inspiración de Buonarrotti.
Allori era hijo putativo del artista Agnolo Bronzino, muy cercano a Miguel Ángel, que tenía muchos contactos con influyentes aristócratas de Florencia, como los Montauto, una familia de banqueros que le encargó a Allori —quizá por recomendación de Buonarrotti— que adornara su capilla privada en la Basílica de Santissima Annunziata. Probablemente, Michelangelo envió a Allori un ‘pequeño Juicio Final’ para que lo tomara como modelo para el retablo.
Paternidad irrefutable
Además del trabajo de campo, los investigadores querían pruebas irrefutables de la ‘paternidad’ del Juicio final de Ginebra. Así que llevaron a cabo un profundo análisis de pigmentos, colores, de la tela preparatoria. «Todo coincidía con las pinturas de la Capilla Sixtina». Un trabajo digno del CSI, en el que monseñor Del Río cita la ayuda de Chantal Milani, antropóloga forense experta en rostros, que comparó el autorretrato de Miguel Ángel que aparece en el cuadro de Ginebra con el de la galería de los Uffizi. También contaron con uno de los mayores expertos y restaurador de la Capilla Sixtina, Gianluigi Colaluccci. Según monseñor Del Río, El juicio final de Ginebra estuvo en manos de la familia Guadagni hasta principios del siglo XX, cuando lo compra el anticuario napolitano. La pintura no se había investigado y los propietarios primeros y últimos nunca supieron que tenían una obra del gran Miguel Ángel.