Diario de León

Djehuty cuidó de que nada faltara en su tumba para preparar su viaje eterno

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León

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«Que mi recuerdo perdure sobre la tierra y mi alma pueda vivir delante del Señor de la eternidad. Que ni los vigilantes de las puertas, ni los guardianes de las entradas al Más Allá la rechacen». Djehuty grabó en piedra sus votos para el viaje eterno e invocar el favor de los dioses que le aguardaban en el complejo ultramundo del antiguo Egipto. Nombre frecuente entre las clases altas (un faraón, gobernadores y generales de otros reinados ), este Djehuty cuidó de que nada faltara en su último reposo, cercano al deslumbrante Valle de los Reyes, como veló con celo por nutrir las arcas de su reina Hatshepsut. Supervisor del tesoro, una suerte de ministro de hacienda, controlaba la llegada de piedras preciosas de Karnak, y registraba todos los tributos y los productos codiciados que rendían reinos extranjeros como el de Punt (Eritrea), los semitas, las poblaciones seminómadas de Palestina y otros. Su lealtad a la reina pudo haberle granjeado odios en vida manifestados después de muerto. Nombre borrado En su tumba, el nombre de Hatshepsut fue borrado cuantas veces aparecía inscrito en relieves y textos, y a veces también el del propio Djehuty. En egipcio Djehuty significa «el que pertenece a Tot», el dios escribano con cabeza de ibis, dominador del mundo jeroglífico y custodio de los documentos más importantes. De ahí que, en épocas posteriores, su sepultura fuera también utilizada como cementerio de esas aves sagradas que, en la cosmogonía de los antiguos egipcios, volaba por igual entre los hombres y los dioses.

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