Diario de León

Una triste danza sin ventura

El Centro Coreográfico de León representó durante dos días en el Auditorio el espectáculo «Der Dämon»

Una escena del ballet en el escenario del Auditorio

Una escena del ballet en el escenario del Auditorio

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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El Auditorio de León presentó ayer y el martes la coproducción Der Dämon que el Centro Coreográfico de León y la Fundación Siglo han preparado para ser estrenada, reestrenada y repuesta por dos ciudades de la comunidad, Salamanca y León, y posteriormente Madrid. Con coreografía de Alfonso Ordóñez y Sabine Dahrendorf, libreto aproximativo de Max Krell, banda sonora de Josep Sanou, y música de Paul Himdemith, interpretada estupendamente por la Orquesta Andrés Segovia a las órdenes de Pedro Halffter Caro, que supo dotarla de todo el magnetismo y fuerza contenida que encierra la partitura. El espectáculo fue una simbiosis de luz, danza y música en directo y grabada. Y para nosotros el descubrimiento de una de las mentiras más flagrantes de cuantas aparecen habitualmente en los programas de mano. En él se dice textualmente, firmado por Franz Willms, y del que tanto coreógrafos como organizadores se hacen eco, que El Demonio es el único trabajo para danza que ha escrito Hindemith, cuando según la Fundación Paul Hindemith existen otras tres obras más para danza y ballet, a saber: Nobilissima Visione (1938), Dance Legend in 6 Scenes de Paul Hindemith y Leonide Massine. Theme con Cuatro Variaciones (Según los Cuatro Temperamentos) (1940) para orquesta de cuerda y piano y Hérodiade de Stéphane Mallarmé (1944). Recitativo Orquestal.  En fin, sólo los peces muertos nadan a favor de la corriente. Sobre un decorado único consistente en una instalación de madera con manubrios, poleas y cuerdas que nos recordaba aquellas pesadillas a carboncillo de Pirannesi, se colocaron los diez músicos a la espera de que el director Pedro Halffter, que, por exigencias del guión, se acercaba hasta ellos echando humo como la chimenea del Titanic , les diera la señal para comenzar la música en directo. A su alrededor los bailarines, por llamarlos de alguna manera, comenzaron su deambular de aquí para allá, arrastrándose, saltando, tomando a sus compañeros sobre sus hombros y  haciendo toda clase de ejercicios gimnásticos, más propios de una demostración de contorsionismo musical que de danza propiamente dicha, ya que en ningún momento se insinuaron en este sentido. Con una interesante e inquietante puesta en escena un tanto expresionista, el mensaje no quedó demasiado claro y todo se redujo a un reiterativo cogerse y rodar. Si como decía Emmanuel Lasker: «El hombre es responsable de su trabajo, no de sus resultados» y sin entrar en valoraciones de esfuerzo, entusiasmo, trabajo y dedicación -que me consta fue mucho-, lo que llegó al espectador no fue la emoción de algo que emana de la belleza, sino el esfuerzo por tratar de trasmitir lo que tanto trabajo costó montar sin conseguirlo. De todas formas para los 120.000 euros que costó la producción, que dura una hora escasa, y las menos de cuatrocientas personas que asistieron al reestreno -contando los políticos y séquito que no pagan- y que se sólo unas doscientas veinte pasaron por taquilla, ya que el resto de las localidades fueron regaladas, el resultado es patético.

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