Diario de León

Los parentescos alteran el rumbo

El reinado de Alfonso V finalizó encargándose el monarca de crear leyes, fueros y conceder privilegios. El de Vermudo III comenzó, nuevamente, con una minoría de edad

Vermudo III heredó el trono cuando sólo tenía once años

Vermudo III heredó el trono cuando sólo tenía once años

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C. Santos de la Mota - león
León

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La ciudad de León fue en gran parte destruida por Almanzor y a pesar de que Vermudo II «había habitado en ella durante los últimos años de su vida», aquí nos desconcierta Menéndez Pidal pues él mismo admite que ya un 29 de junio de 997 se encontraba en Galicia confirmando un privilegio en favor de San Vicente de Pombeiro, adonde continuaba el 22 de junio de 999 ofreciendo unos siervos a la iglesia de Santiago, lo que no nos deja muy claro que Vermudo II volviera a habitar León, pues según también la misma fuente fue atravesando el Bierzo cuando murió y «no volvió a ver su capital». O quizá debamos entender que cuando habla de «los últimos años de su vida», esté refiriéndose a antes del año 997. Queremos decir con esto que aunque no podamos negar que en la ciudad de León hubiera habido durante los últimos años de Vermudo II una más que probable restauración, es en tiempos de su hijo, Alfonso V, cuando se llevó a cabo plenamente la restauración. Durante su etapa se construyeron nuevas iglesias y monasterios, y el rey renovó la fábrica de algunos de ellos, como el de San Juan Bautista, donde colocó los restos de los reyes antecesores suyos. Favoreció la repoblación por medio de «fueros buenos», es decir, de libertades y privilegios, y buen ejemplo de ello son los conocidos como Fueros de León (1017) que ratificaría y reforzaría en 1020 aclarándolos, modificando sustancialmente las leyes de 1017 y ampliándolas. Leyes para la ciudad de León En ellos, entre otras cosas se decía: «Establecemos que la ciudad de León, despoblada por los sarracenos en los días de mi padre el rey Vermudo, sea repoblada por estos fueros, y queremos que estos fueros no se quebranten jamás.» Esta determinación tuvo lugar en la ciudad de León, en una curia regia extraordinaria y estas leyes debían aplicarse a todo el territorio del reino, es decir, León, Galicia y Asturias. También en esas leyes estaba expresado cómo se había de estructurar y ordenar la vida de la ciudad, cómo se podía favorecer la venida de nuevos pobladores, el consenso o una especie de estatuto municipal valedero para la ciudad y otra serie de cosas innovadoras que más tarde tendrían su prolongación en otras ciudades del reino, hasta que terminaran completándose con los no menos importantes Decretos de León de 1188, reinando ya Alfonso IX. En el aspecto militar quiso resarcirse de las conquistas hechas por los musulmanes en tiempos de su padre, y empezó por la ciudad de Viseo (Portugal), pero cuentan que ya habiendo sitiado la ciudad, un día decidió salir a reconocer la muralla sin protección alguna, y en ese momento fue fatalmente alcanzado por una saeta cuya herida le provocó la muerte. Y esto sucedió a principios del mes de agosto de 1028. Se le llamó el Restaurador, y en el epitafio que se puso en su sepulcro se reconocía que fue él quien repobló León después de la destrucción de Almanzor, y quien le dio buenos fueros. Sólo alcanzó a vivir treinta y tres años, quizá demasiado poco para lo que estaban acostumbrados en el reino en los últimos setenta y cinco años de una travesía con más sombras que luces. Vermudo III . Rey de León, 1028-1037. Hijo de Alfonso V y de Elvira Menéndez. Casó con Jimena Sánchez, que era hija de Sancho I García y Urraca Salvadórez. Once años tenía Vermudo en aquellos tiempos en los que le vino la responsabilidad de la gobernación del reino. Pero once años no son nada, de modo que importaba, y mucho, pensar en una tutoría o quizá en la regencia. Pero también en aquellos mismos tiempos velaban sagacísimos desde las montañas pirenaicas los ojos de Sancho III el Mayor de Navarra, quien ansiaba la hegemonía peninsular en lo que al mundo de la cristiandad se refería. La ascensión al trono del pequeño Vermudo se hizo bajo la tutela de su madrastra Urraca de Navarra, segunda esposa de Alfonso V, quien era hermana de Sancho III el Mayor de Navarra e hija de Jimena, madre del rey navarro. El parentesco, pues, de la madrastra del rey Vermudo III con la dinastía navarra y por lo tanto su eficaz y notable influencia fue abrumadora. Por un lado era hermana de Sancho III el Mayor e hija de la madre de éste. Y Jimena, madre de Sancho y de la madrastra de Vermudo III era una leonesa, hija de Fernando Vermúdez y sobrina de aquel Gonzalo Vermúdez, conde castellano-alavés que se enriqueció en León y a pesar de todo a León le dio una patada cuando tuvo oportunidad de ello antes que perder sus excelentes solvencias económicas y dignatarias; el mismo que tantos dolores de cabeza había dado a Vermudo II. Los parentescos de Elvira Por su madre Elvira estaba emparentado con la familia de los Laínez, muy poderosa en León, sobre todo en la llanura, ya que uno de sus representantes fue conde de la capital regia y tenía también vínculos de sangre con los Vela, otra poderosa familia leonesa enemiga acérrima de los castellanos. Jimena, la madre de la madrastra del rey Vermudo III que debió de recorrer el reino de León en el otoño de 1028, debió de ofrecer consejos, promesas y ayudas, debió sobre todo de influir con poderosa determinación en la flojedad endémica de los prohombres leoneses, para que gran parte de la nobleza y, cómo no, sus parientes, los suyos propios, se agruparan en torno a la madrastra, y así, aunque parezca extraño, ésta se hizo con el control, ejerció la influencia con más que indulgente libertad y determinó con sus decisiones la política general del reino, que naturalmente daba un giro hacia las posturas navarras y le volvía la espalda a su propia singularidad, con lo que ello llevaba de completo desajuste, de deriva y de pérdida de rumbo. La sorpresa del desenlace Así, los documentos reales que aparecen por esas fechas están conjuntamente otorgados por Vermudo y Urraca, rey y madrastra, lo que a primera vista, sin duda, vino a traer un período de paz al lugar, pero que en realidad lo que de verdad aconteció con posterioridad y que a la postre es el resultado de la definición y de la concreción última, fue algo muy distinto a los espejismos iniciales.

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