Diario de León

Escritor y miembro de la Real Academia de la Lengua

«La muerte y la desesperación siguen estando a pie de obra»

El escritor leonés aboga por la utilización de la ficción como instrumento para conservar la memoria histórica en su nuevo libro, «Fantasmas del invierno»

El académico Luis Mateo Díez cree que vivimos una época de guerras y postguerras

El académico Luis Mateo Díez cree que vivimos una época de guerras y postguerras

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Marina de Miguel - madrid
León

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En el invierno de un año de posguerra la nieve cubre la ciudad de Ordial, los lobos bajan de los montes y un niño es asesinado en el hospicio. Así comienza Fantasmas del invierno (Alfaguara), la última novela de Luis Mateo Díez, una oscura fábula en la que el escritor leonés reflexiona sobre el olvido y la memoria. -Recurre a la leyenda para narrar la posguerra de otra forma, alejada del estilo más característico, el documental. -Creo que ha pasado el tiempo suficiente para que se pueda contar como una leyenda, una historia oscura, siniestra. Un gran cuento de miedo sobre esos años tristes, penosos, desabrigados, donde lo que queda es la herencia de un conflicto final, de una guerra fratricida, de la muerte entre hermanos. Yo tengo la sensación de que la Guerra Civil ha sido tratada de muchas maneras, pero que la posguerra pertenece al secreto de sumario. Lo legendario es una manera de introducir muchos elementos simbólicos, metafóricos, de darle un relieve mayor que el que permite el estilo realista. Quise escribir una fábula sobre la posguerra, que en algún sentido envolviera a todas, en la que se emparentase ese tiempo de desgracia, ese tiempo horrible con la propia actualidad. Hay en esa ciudad una infancia asesinada, mutilada y hace unos días vimos por televisión como unos niños de una escuela europea fueron fusilados. -Los niños, los animales, todo queda manchado por la guerra. -La muerte contamina, la tragedia contamina con elementos trágicos. En esta contaminación quedan pocos espacios para la inocencia. Matar es lo más terrible que puede hacer el ser humano, y de la costumbre de matar quedan gestos que originan una conciencia oscura y, sobre todo, un gran ruido que hay en Ordial: el remordimiento. -El Desamparo, no sólo es el nombre del hospicio de la ciudad, también es una característica de todos los protagonistas. -Es un elemento de la fábula. Todos tienen un gran secreto que los individualiza y los separa del resto de los demás, porque no se puede confesar. En la mayoría de los casos, se relaciona con algo casi delictivo que tiene que ver con el lado oscuro de lo que somos. Son seres extraviados, seres fantasmales que deambulan entre las ruinas de la guerra. -¿Cuál es la razón que impulsa la consigna de silencio que se cierne sobre Ordial? -En Ordial todo se desarrolla de noche, la nieve cubre la ciudad, con lo cual contribuye al silencio de la misma, a la clausura de esos secretos. Es como si todo luchara para que esos secretos no fluyeran. El propio gobernador civil impone esta consigna: nada merece la pena ser desvelado, porque la verdad mostraría un rostro tan terrible que el horror se recrudecería. Todos viven intentando salvaguardar ese deambular de secretos que por la noche pueblan ese mundo fantasmal. -Aunque el remordimiento impide a los habitantes conciliar el sueño, usted plantea que el olvido no es una camino hacia la liberación, sino hacia la destrucción. -El reto está entre la memoria y el olvido. La memoria perpetua en algún sentido lo que sucedió y el olvido es la manera de liberarse de lo que sucedió, pero son dos actitudes moralmente contrapuestas. La novela apuesta por la memoria, y el olvido forma una parte crucial de ese drama. Hay que luchar a favor de la memoria. La ficción acaba siendo un sustitutivo de la memoria, y en las novelas, la conjunción de universos imaginarios contribuyen a perpetuarla. -¿Qué le impulsó a escribir «Fantasmas del invierno»? -Además de mi intención de escribir un libro que fuera más allá de lo testimonial, me impulsó el angustioso sentimiento de que la actualidad está llena de guerras y de posguerras, de que la muerte y la desolación siguen estando a pie de obra. Me comentaba un amigo hace unos días que había terminado la novela y que la sensación estremecedora que experimentó se multiplicó cuando, nada más cerrar el libro, vio en la televisión las imágenes de los niños asesinados en Rusia. Había recrudecido mucho el sentimiento de desgracia que hay en el libro, porque le parecía que había hecho un viaje no a la lejanía de nuestra posguerra, sino a un momento de la humanidad especialmente terrible y contradictorio como es el actual. No he querido escribir una novela para hacer un viaje histórico al pasado o a un lugar terrible de mi propia memoria. Tengo la impresión, todavía más atroz, de haber retratado la propia actualidad. Esta es una fábula de ahora mismo, lo cual me resulta verdaderamente inquietante y doloroso. Vivimos en un mundo de posguerras y guerras donde la tragedia está aquí al lado. -¿Y la esperanza? -Tengo confianza en la condición humana. Aunque todos los datos la desacrediten, yo creo más en la bondad que en la maldad. El destino del corazón humano está en su camino hacia la bondad. Sin embargo, no soy nada complaciente con los paraísos más o menos edulcorados. Hay que contar las cosas terribles con una afán demudado, pero se tienen que asumir.

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