Diario de León

Javier Reverte manifiesta que el viaje supone el hecho mismo de la tolerancia

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colpisa | el escorial

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«La vida cotidiana es terriblemente melancólica». Javier Reverte confiesa que sí, que ser un viajero significa huir. Huir del aburrimiento y de la rutina como la gente huye de la enfermedad. Porque el viaje para Reverte es la antitesis de lo cotidiano, es la incertidumbre, la aventura -que «rima con literatura», dice-, es hacer de cada día una cosa distinta. Así puede resumirse el concepto de viaje que expuso el autor madrileño responsable de numerosos libros de viajes entre los que se encuentran Los pasos perdidos de África o Corazón de Ulises en el curso Un viaje fantástico (El periplo de la creación ) que organiza durante esta semana la Universidad Complutense. Necesidad de largarse Reverte asegura que el viajero tiene una «necesidad patológica de largarse», pero no olvida la parte espiritual del viaje. Parece que al marchar de casa una temporada larga el tiempo se extendiera. Pero es el tiempo de reflexión, «nuestro tiempo psicológico», como dice el autor, el que transcurre mucho más lento cuando se viaja y esto permite sacarle partido, llegando incluso a «robarle tiempo a la muerte». Además, «el viaje supone el hecho mismo de la tolerancia», dice. Y es que uno emprende ruta y la predisposición a aprender, mirar con atención y adaptarse llega casi de forma instantánea. Según comenta Reverte, «todo viaje supone un avance moral que desemboca en una actitud ética». Reconciliación Y todo esto se refleja después en las obras del autor. A pesar de que no cree que los escritores tengan que tener por fuerza una actitud de compromiso sí busca «que la literatura tenga en su fondo una propuesta ética, yo al menos trato de hacerlo así», argumenta. Para ello intenta reflejar la realidad y las esencias de lo vivido y esto en ocasiones lo hace por medio de reportajes, otras veces utiliza libros de viajes y otras se decanta por la novela de ficción. «Los géneros se me imponen», dice el escritor quien revela que en muchas ocasiones una novela es capaz de aproximarse más a lo que realmente aconteció que un libro de viajes. «No siempre la realidad muestra la cara de la verdad», apostilla. Esto ocurrió cuando Reverte visitó Sarajevo. Allí el escritor experimentó «asombro y pavor» ante la crueldad de la guerra, pero también allí se reconcilió con el ser humano.

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