Diario de León

| Entrevista | Antonio Gamoneda |

«Le dije a la Reina que mi nieta era la reina» «En poesía no he dicho la última palabra»

Horas antes de recibir el Premio Cervantes el poeta leonés explica por qué sonríe últimamente, el estado de sus memorias y su secreto mejor guardado hasta el 2032

El poeta leonés Antonio Gamoneda recibirá mañana en Alcalá de Henares el Premio Cervantes

El poeta leonés Antonio Gamoneda recibirá mañana en Alcalá de Henares el Premio Cervantes

León

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Vive desde hace días con los minutos contados. En un hotel de Madrid las entrevistas se suceden; también, los actos que marca la agenda del Premio Cervantes, que el poeta leonés recibirá mañana de manos del Rey, con quien comió el viernes. Ha relajado el gesto y se permite sonreir... -Ha dicho en alguna ocasión que la parroquia que tiene la poesía es breve, pero fervorosa. ¿Se imagina que un día todo el mundo leyera poesía? -No. Yo pienso que la poesía -salvo un vuelco universal que no alcanzo a imaginar- seguirá siendo minoritaria, porque hay medios tecnificados muy poderosos capaces de comunicar mucha información, incluso de comunicar hechos estéticos -que lo hagan bien o mal es otra cosa-. La poesía seguirá siendo minoritaria, lo cual no es una desgracia total. -¿Cuál ha sido el lado negativo de Cervantes? -Lo que menos me gusta, aunque me doy cuenta de que es un dato más de la progresividad de Cervantes en orden a la creación de la novela moderna, es la incrustación excesiva en El Quijote de pequeñas novelas que no pertenecen propiamente al Quijote. Dentro de la grandeza del libro, es lo que me parece menos acertado. -Hay quien dice que desde que le han concedido el Cervantes no ha dejado de sonreir... -No me he dado cuenta, es posible. Quizá pueda ser de una manera casi automática. Como normalmente se me reprocha el gesto ceñudo, a lo mejor he pensado, sin saber que lo pensaba, que debiera hacer un poco menos ingrato mi aspecto... -¿Cómo va su libro de memorias? -Está debidamente secuestrado y cerrado bajo llave, para que pase como mínimo medio año desde el final de la escritura que yo considero una primera versión. Dentro de unos meses lo sacaré, porque creo que tendré cierta perspectiva ya, pero sospecho que me va a dar mucho trabajo todavía en el orden de la reescritura, porque, por otra parte, soy muy aficionado a la reescritura. -Es uno de los firmantes del manifiesto «Por la convivencia frente a la crispación». ¿Sigue siendo un rebelde con causa? -La causa es más difusa que hace, por ejemplo, cuarenta años. Entonces estaba muy claro lo que teníamos que hacer. Los puntos centrales que se corresponden con la finalidad moral, con la teoría económica y todo eso, a pesar de la debilitación de las ideologías, yo creo que siguen configurando la causa. En ese sentido, yo no me voy a descolgar de esa causa. -¿Conoce algún político con sentido del humor? -Apenas conozco políticos; quiero decir, profesionales en el poder. Los conocía en otro orden de actividad hace muchos años. No sé contestarte... No llevo bien la estadística de los políticos y no me atrevo a decirte ninguno del que considere que realmente tiene sentido del humor... -¿Hay algún intelectual que no sea de izquierdas? -Sí, hay bastantes intelectuales que se posicionan en la derecha; incluso, que se posicionan de una manera extremada. El desacuerdo que yo pueda sentir ante estos intelectuales no basta para desposeerles de la condición de intelectuales. ¡Vaya que si hay! Y en España tenemos muchos... -En la comida que asistió ayer junto a la reina en el Palacio Real sale en todas las fotos sonriente, ¿qué le hacía tanta gracia? -Tuvimos una conversación muy animada. Del otro lado de ella estaba Francisco Ayala, que con sus 100 años está extraordinario. Así que era aquella una bandita, una franja de la mesa, que estaba animada. Quizá la situación más sonriente se produjo ante una equivocación mía. Iba a referirme a Cecilia, a mi nieta, hablando con la reina, y en vez de decir mi nieta dije mi reina... Y ella se echó a reir y dijo: «¡Qué bonita equivocación!». -¿Sabe que últimamente las agencias le citan como poeta asturleonés? -Las divisiones administrativas no significan nada. Yo nací en Asturias y quiero mucho a Asturias. Vivo en León y quiero mucho a León. En ese sentido, practico una auténtica poligamia. No quiero clasificarme exclusivamente como asturiano ni exclusivamente como leonés. Soy español y he nacido y vivido en esos espacios... Insisto: las demarcaciones administrativas, para mí no significan nada. -¿Cómo fue la experiencia de escribir un libro con su hija Amelia? -Muy llena de discrepancias, que resolvíamos cariñosamente. Ella, que quizá es más poeta que yo, se sintió en la obligación de actuar como filóloga y como verdadera conocedora de la materia del libro... Discrepamos, pero finalmente llegamos a los acuerdos suficientes para que los dos podamos escribirlo sin reservas. -Para los que no lleguemos al 2032, ¿puede darnos alguna pista de qué hay en el sobre que ha depositado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes? -Cuando me lo preguntaron dije que los poetas, como somos profesionalmente pobres, nada encontrarán que tenga valor intrínseco, pero lo que sí tenemos son pequeños, quizá insignificantes, secretos. En ese sobre, ya que me pides una pista, hay en todo caso un secreto más relacionado con el mundo de la creación que con el mundo social. -De vez en cuando abandera algunas causas, ¿se lo pide el cuerpo o la conciencia? -Normalmente me lo pide alguna persona y entonces yo trato de hacer un juicio lo más sereno posible sobre si debo adherirme a ese abanderamiento. Y decido. Hay veces que digo que no. -¿Admite bromas con su segundo apellido? -Sí, sí, ¿por qué no voy a admitir bromas? Cuando me dicen: ¿Cómo se apellida usted? Contesto: lobo grande. Lobón. Soy el primero que hago bromas. -Ha dicho que todos tenemos que atravesar el terreno del error, ¿y si la vida fuera el error? -Hay una posibilidad filosófica de que la vida sea un error. Al menos, es un extraño accidente. Hay un extraño accidente que ocurre entre la inexistencia -cuando no somos aún- y la inexistencia -cuando dejamos de ser-. Hay la posibilidad de considerar, en términos de filosofía quizá menor, que es un error; sin embargo, amamos ese error, lo cual ya es una razón para que deje de serlo. -¿Es de los que no deja comida en el plato por los tiempos del hambre? -Efectivamente. Yo no dejo nunca nada en el plato. Hambre de los años treinta y tantos y cuarenta y tantos crea un clavo mental, una especie de obligación moral con el contenido de los platos... ­­ -Pertenece a una generación que ha recibido muchos nombres, algunos terríbles, ¿usted cómo la califica? -Es corriente que nos distingan con un nombre abarcador, que es el de niños de la guerra. Ya son muy pocos los que no fueron niños de la guerra, es decir, los que vivieron la guerra siendo mayores; quedan, pero no demasiados. Los últimos testigos directos, que no hablamos de oído de la guerra y de la postguerra, somos los que se suele nombrar como niños de la guerra. -¿En poesía ya ha dicho su última palabra? -Espero que no, aunque tengo advertido a mis amigos solventes en este orden y a mi hija Amelia, que cuando vean que mi cabeza empieza a patinar, que no me dejen hacer el ridículo y que me retiren de la circulación. Recuerdo con pena los casos de Jorge Guillén y de Dámaso Alonso. Yo no quiero entrar en ese terreno, pero me parece, por lo que me dicen y por lo que yo soy capaz de advertir en estos momentos, que la última palabra, no; estaremos en la penúltima.

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