Mortal y rosa

Con Paco Umbral se va el escritor infinito, el cronista instantáneo, el observador comprometido desde la distancia, un eterno actual, el literato capaz de bucear en su dacha a la pesca de talento con exigente rigor frente a la Olivetti y al rato bajarse hasta Bocaccio para comenzar una larga noche de fiesta subterránea con Lola Flores incluida. Era todo apariencia. Ácido. Arrogante enemigo de la estupidez. Necesariamente contradictorio. Un dandy que jugaba a eslabón perdido de aquel articulismo de Café Gijón que inauguraron admirados suyos como González-Ruano o Julio Camba, alargado por actuales como Victoriano Crémer. Umbral practicó el periodismo de baja intensidad y aunque lo dejó pronto, mantuvo los niveles de exigencia de una profesión obligada a mirar y contar. Se convirtió en un izquierdista que cohabitó con la derecha. La llamaba derechona y se salía de la perseguida foto. Era un ser político inagotable. Pero era, una vez más, Mortal y rosa (1975), como cuando titula así y escribe ese libro en el que vela la ausencia prematura de su hijo de cinco años. Y, antes y después, unos ochenta libros y miles de artículos. Libros como artículos de 300 páginas y columnas como solapas de libros nunca escritos. Y es que él decía que cuando te pagan cierta cantidad por folio, escribir un libro es una forma como otra cualquiera de perder dinero. Umbral creó escuela y estilo. Con el mérito de que lo hizo observando lo que todo el mundo también ve pero esperando a esa última vuelta de tuerca. Con el riesgo de que, tan reconocible, le salieran discípulos. Alguno bueno y muchos malos. Hay dos que le copian y se quedan en la media. Desde el silencio, el autor de Las ninfas o maravillas recientes como Madrid, tribu urbana , o Días felices en Argüelles les mirara con la satisfacción de ser eterno y mejor. Cuando, tal vez, la única forma de invocar a Umbral sea emularle modestamente y decir: Paco Umbral era un genio terreno, afilando ideas frente a su Olivetti. Nunca fue académico. Y así. Información realizada por Cristina Fanjul, Jessica Cañón y Laura Bueno