Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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CARISMA es una palabra que viene del griego y que de ahí pasó al latín antes de llegar a nosotros. Como ya nadie sabe griego ni latín, sino sólo basic english, recordemos que significa «agradar» o «hacer favores». Hasta no hace mucho tiempo, con «carisma» se indicaba el don que Dios concedía a alguna persona en beneficio de la comunidad, y por eso los clérigos hablan de su «carisma». Pero ahora es una palabra que se utiliza casi exclusivamente para hablar de política o, más precisamente, de publicidad, señalando el don que tienen algunas personas para seducir o caer bien. Así se dice, por ejemplo, que Clinton o Zapatero «tienen carisma», expresión que hace sólo tres cuartos de siglo se habría interpretado como inequívoca vocación monacal de estos dos personajes. Como esto del carisma político es un invento de los expertos en comunicación, los periodistas tendemos a darle una importancia desmedida e, incluso, a hacer de ello una ciencia, y así La Sexta dedicó este domingo una buena porción de su horario principal a explicarnos «el carisma de los políticos», un documental que habría sido oportuno si no hubiera resultado tan tendencioso. Este documental es una pieza de ancho aliento -dos partes, nada menos- que trata de explicar el éxito de los políticos según su adecuación a técnicas de comunicación previamente prescritas. Para avalar el discurso aparecen investigadores extranjeros (uno, de la universidad de Lovaina: siempre hay alguien de la universidad de Lovaina, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido) y expertos españoles en comunicación. Lástima que entre éstos hubiera ausencias tan relevantes como la de Felicísimo Valbuena, uno de nuestros mejores especialistas en el asunto. Al final, no obstante, el objeto del programa era mucho más sencillo: se trataba de explicar por qué Zapatero es «una persona que manifiesta mucha empatía, receptividad, interés cuando escucha a otros», por qué Rajoy es «muy neutro, inexpresivo, triste y casi aburrido» y por qué Aznar se caracteriza por «la inexpresividad de la mirada, las cejas inmóviles y la ausencia de alegría al reír». O sea que en realidad se trataba de un publirreportaje preelectoral que, curiosamente, guardaba sintonía con el leit-motiv de la campaña que estos mismos días sacaba adelante el Gobierno: «Alegría» (como Leticia Sabater). Estas expediciones en torno al marketing electoral siempre tienen interés, porque ponen de relieve un aspecto más o menos vergonzante de la vida pública: la manipulación del voto mediante estrategias de imagen. Lo sorprendente es que aquí el mejor valorado siempre es el que más manipula. Por fortuna, la realidad demuestra que es posible vencer sin «carisma». La gente, después de todo, también sabe usar la razón.

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