No veas, macho, qué panorama
A las tantas del lunes de Pascua me llamaron para decirme que se acababa de morir Chencho, un viejo compañero y paisano de La Bañeza al lado, a causa un ataque al corazón o de una huelga de la arteria aorta, eso ya da igual en los tiempos que corren en los hospitales. Juan Florencio Chencho y yo escribíamos sobre más o menos lo mismo. Él por arriba «Desde el balcón del pueblo» y servidor por abajo a ras de «El paisanaje». La perspectiva no era la misma, así que casi nunca coincidíamos, pero si el lector suma las dos crónicas de un mismo día seguramente encontrará un retrato bastante aproximado de la política y de la realidad. Es casi seguro que lo que a uno le sobraba le faltara al otro. No sé yo cómo se verán las cosas desde tan arriba como ahora está él ni si merece la pena seguir escribiendo de minucias en el balcón más alto, pero sí que aquí seguimos los demás intentando que el cielo del día a día no se nos caiga encima como a Astérix y Obélix, será por el miedo de las esquelas diarias de quienes teníamos al lado. Por otro nombre, para entendernos, los que dejaron de fumar. A ciertas edades se cae uno del guindo, como quien dice de un balcón de nuestro pueblo, y contempla las cosas de forma distinta: un alcaldín de infarto, un concejal de miocardio, un ministro con el colesterol alto de prepotencia, un sindicalista que navega el Bernesga creyéndose el acorazado Potenkin, etcétera. Desde tu balcón no sé, pero no veas desde La Candamia.