Diario de León

EL INVENTO DEL MALIGNO | JOSÉ JAVIER ESPARZA

«GH 10»

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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TELECINCO ha cerrado con gran éxito la décima temporada de Gran hermano. Tan rotundo fue su triunfo que la cadena dedicó su noche del viernes a prolongar el show. Impresionante. Y a todo esto, ¿qué ofrece Gran hermano para suscitar tantas y tan pertinaces adhesiones? Todo el interés de este programa reside en la atracción que pueda despertar la contemplación de la vida cotidiana de gente del común encerrada en una circunstancia excepcional. Podemos aceptar que la primera vez llame la atención; incluso la segunda y la tercera.

Pero diez veces ya es vicio, ¿no? Si además concurre la circunstancia de que el tuyo es el único país del mundo donde tanto se prolonga el espectáculo, y siempre con cifras de audiencia realmente notables, entonces hay razones para darle vueltas a la cabeza. Recordará usted, probablemente, aquella temporada en la que Mercedes Milá, para tratar de vestir al mono, subrayaba el carácter de «experimento sociológico» que este programa posee.

En realidad la materia del «experimento sociológico» no está siendo la vida de esa gente en la casita televisiva, sino la permanencia del público al otro lado de la pantalla. Diré algo que sin duda me valdrá ásperas recriminaciones, pero que creo completamente veraz (y por eso le digo): en diez ediciones de Gran hermano, puedo contar con los dedos de una mano -”y sobran un par-” las veces que he escuchado a alguno de los concursantes decir algo ya no inteligente, sino simplemente interesante o sugestivo. Esa gente, la que concursa ahí, es en su inmensa mayoría un perfecto retrato de la banalidad; de hecho, en Gran hermano los eligen por eso.

Y la pregunta consecuente es esta: ¿qué les pasa a los españoles, o a tantos de ellos, que son capaces de apasionarse por naderías en estado puro?

¿Qué tiene nuestro vecino en la cabeza para considerar que el vacío merece atención? Inversamente, nuestra televisión carece casi por completo -”y ya es decir-” de programas formativos, lo cual también es, una vez más, un rasgo muy específicamente español o, mejor dicho, de la España actual. Parece lógico pensar que una cosa tiene que ver con la otra.

A mí me parece evidente que tenemos un serio problema de cultura social. Ya no se trata sólo de que la gente -”esa abstracción que utilizamos para no hablar de nosotros mismos-” sea más o menos inculta, sino que, aún peor, el clima general es de lo que podríamos llamar «ignorancia autosatisfecha», o sea, soy un burro y a mucha honra, porque hay que ver qué bonitos son los burros.

El mejor ejemplo de ese planteamiento vital son los héroes que vemos aparecer en los programas de cotilleo. Un Larra se habría puesto las botas con este fenómeno. Pero los plumíferos de hoy tememos herir la susceptibilidad del burro.

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