Políticas de imagen

NO CABE extrañarse de que un traje y un sastre hagan furor en el mundo político, ya que la política española se ha convertido en una actividad de pocas ideas y mucha imagen. Lejos quedan los días severos y los políticos con cuajo de la Transición, convertida ahora en vieja historia para alimentar telefilmes de ficción con visos realistas.

Pasada la lucha postfranquista, la política quedó en manos de los gurús de la comunicación que igual imponían una frase en un discurso que un color de corbata al que lo pronunciaba.

Todo por salir bien en la tele y dar gato por liebre, imagen por realidad. En la era ZP, la eclosión de lo recreado en lugar de lo cierto ha tocado techo. Lo vistoso, y supuestamente vendedor, es que una ministra embarazada revise las tropas, para olvidarnos de revisar, como sería lo propio, su nulo currículo en asuntos de Defensa.

El método infalible del mÁrketing político es enseñar una imagen y evitar las palabras. De ahí que se prohíban las preguntas en las ruedas de prensa. Esa es la clave también del escuálido discurso del agotado 59 segundos.

La prueba del nueve nos la dio Leire Pajín, a la que preguntaron cómo el Gobierno socialista que quiere alinearse con Obama -”en política, no sólo en imagen-” rebaja los impuestos a los banqueros en lugar de subírselos como en América.

¿Respuesta? Hablar de otro tema y no darla. La presentadora se encarga de pasar a la siguiente cuestión, y el asunto queda difuminado.

En la acera de enfrente, las «chicas del PP» han aprendido que es más rentable hacer un pase de modelos en revistas cuché que obcecarse en ganar durante la réplica en el Congreso. Se ve que los sueldos dan para buen vestuario o incluso para hacerse un trasplante capilar que ayude a mejorar la foto electoral.

De tanto confiar en la imagen, hasta se olvidan de los contenidos de la política. Todo por dar bien en la tele, el arma total de las políticas de imagen.