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León

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Opinión | CARMEN BUSMAYOR

Hay vuelos y vuelos. Algunos muy raquíticos, sosos y nada amigables. Otros con la mirada, las maletas y las bolsas cargadas de alegría y una esperanza contagiosa en toda la aeronave, incluso con optimistas cantos a media voz, sin ningún parecido, por fortuna, con los demoníacos Cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont. Pariente de los últimos ha sido el vuelo PVG 5991 que ha partido del ahora estupendo aeropuerto de la Virgen del Camino, con destino al de Berlín-Tegel, ya boqueante, casi al alba, con una amable y muy azulada tripulación, el día 28 del mes que acaba de despedirse con el Ademar y buena parte de su devota afición, nada más ni nada menos que con 150 pasajeros, que mis sospechas tengo de que se trate del vuelo más numeroso que haya despegado de este territorio aéreo protegido desconozco si más por la Virgen del Camino o del eremita que desembocó en obispo tan querido por leoneses y lucenses, San Froilán, qué vaya fiestas más rimbombantes le dedicamos unos y otros, para vérselas de nuevo con el Füchse Berlín al que tan maltrecho había dejado aquí hacía pocos días el equipo dirigido con tanto entusiasmo como buen tino por Isidoro Martínez.

Era el vuelo de los sueños, cuajado de una alegría casi triunfal, una alegría que destilaba abundante alegría, arrastraba alegría, contagiaba alegría, conmovía. El pase a la Final Four estaba al alcance de la mano por segunda vez en la historia del club. Alegría aterrizante en el país teutón, ajena al espanto de Ángela Merkel, la mujer más poderosa del mundo, según la revista Forbes, la canciller junto con Sarkozy que tan mal nos trata a los españoles, y no digamos a los italianos, griegos, portugueses e irlandeses, aunque menos mal que a Sarkozy le quedan pocos días de mandataria vida política. Pues el triunfo de Hollande es seguro y seguro que nos tratará mejor. Si no al tiempo.

Pero bueno, resulta que me había propuesto que el meollo del presente artículo fuese el Ademar, ahora Reale Ademar, y sin darme cuenta me he dejado llevar por la brutota e insensible Merkel y Sarko, el de las disimuladas plataformas en los zapatos para aproximarse un poquito a la estirada Bruni. Pido, pues, disculpas a mi admirado Ademar. Pues es grande. Está entre los grandes. Llega adonde los grandes (el Barcelona ha sucumbido igual que él un día antes), solo que desde la humildad, desde la precariedad, con coraje, ingenio y esfuerzo, algo más meritorio. Por eso le temen los grandes. Por eso nada más llegar al aeropuerto berlinés varios fotógrafos nativos aguardaban a los jugadores leoneses con fotografías suyas para que se las firmasen. Por eso muchos devotos hemos ido hasta Berlín, la ciudad sin montañas, pese a que se habla de La Montaña Bonita, y nos hemos fotografiado ante la céntrica y simbólica Puerta de Brandenburgo y el terrorífico Muro. Por eso hemos acudido al anunciadísimo encuentro con toda nuestra fuerza, con todo nuestro «armamento» convertido en objeto de deseo: banderas, camisetas, bufandas, pancartas, instrumentos musicales. Que de todo había. Y es que por sus obras conocemos al Ademar. Por eso lo hemos acompañado hasta la ciudad del Muro para verlo enfrentarse en territorio germano el domingo 29 con el Füchse Berlín entusiasmados, el club en el que milita el antiguo ademarista Iker Romero.

No obstante la alegría comenzó pronto a flaquear y se vino abajo en el grande, atestado, ruidoso e inhóspito pabellón Max Schmelling Halle, donde premonitoriamente se había hecho ya una festiva presentación del partido en un ambiente penumbroso con lenguas de fuego y cascadas de fuegos artificiales, seguidas pronto por atractivas jovencitas bailando en los tiempos muertos. Vamos, que el rabioso equipo tan vapuleado, golpeado a orillas del Bernesga la semana anterior daba por cantado el triunfo sobre el grupo leonés. Tal vez por ello en el transcurso del duelo pusieron por megafonía el «Viva España» y otra canción, cuyo nombre no recuerdo, también en español. Sea como sea el triunfo eligió a los alemanes. Los muy soleados dioses de ese fin de semana en Berlín los favorecieron a espuertas con el golaverage en su favor.

Y ese mismo domingo, nada más finalizar el partido, llegó el vuelo del regreso o desencanto, el PVG 5992. El de la realidad dura y sufriente: la puerta a la entrada de la Final Four de la Champions, en esta ocasión en Colonia, se había cerrado por segunda vez en diez años para nuestro gran conjunto. Lo contrario nos hubiese resuelto hasta la tristeza que a menudo nos acomete sin remedio y mejorado un poco las arcas del club, qué buena falta hace, y quién sabe a lo mejor nos llevaba muy lejos. Sin embargo, resultó muy emocionante llegar al aeródromo casero y toparse en plena noche de lluvia inclemente con muchos aficionados coreando y aplaudiendo al Ademar. En ese momento a más de uno y de una las lágrimas le afloraban. Y es que el ademarismo hace ver el mundo de manera muy distinta. Lo aseguro.

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