Diario de León

Un leonés con alma de aventurero

Óscar Fernández consigue el reto de atravesar en solitario el desierto marroquí a lomos de su motocicleta por unos parajes áridos y llenos de trampas que superó gracias a su pasión por lo imposible.

Óscar Fernández pilota su motocicleta ante las dificultades que conlleva la tormenta de arena que tuvo que soportar durante su andadura por los áridos parajes marroquíes.

Óscar Fernández pilota su motocicleta ante las dificultades que conlleva la tormenta de arena que tuvo que soportar durante su andadura por los áridos parajes marroquíes.

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Óscar Fernández prosigue su aventura a lomos de su motocicleta por los áridos parajes marroquíes, después de contar sus vivencias en el primer capítulo, publicado el día 29 de octubre en ‘El Reportaje de la Semana’ del Diario de León. El aventurero leonés indica apasionado: «Cuando llegamos a la zona de las grandes dunas del Cherg Gaga, allí nos estaban esperando dos cuidadores de Haimas con su medio de transporte aparcado a la puerta de una pequeña cabaña de barro que tenían al lado del campamento y que usaban para cocinar. El camello o más bien dromedario, se asustó un poco con el estruendo de mi escape, que aunque no era nada del otro mundo, acostumbrados a la calma del lugar, si que le debió impresionar. No había acabado de saludar a los que iban a hacer de anfitriones, cuando ya estaba montado en mi GS para intentar subir a la duna más alta que desde allí estaba viendo, y no fue fácil, pues una cosa es pasar en llano por arena y otra muy distinta es subir a las dunas y encadenarlas. No veáis lo que tuve que sudar hasta que logré coronar una de ellas».

 Óscar Fernández, derecha, come con habitantes de la zona durante su aventura por el desierto. DL

A continuación, Óscar Fernández señala: «Al día siguiente estaba de vuelta en Zagora, con una tormenta de arena espectacular, en la que no se veía tres un burro. Una vez en Zagora hice noche allí, para reponer fuerzas y esperar a que mejorase un poco el tiempo y poder hacer la pista que lleva a Merzouga, directo al albergue del archiconocido, Alí el Cojo».

«Como siempre me puse en marcha un poco tarde y cargado como iba, posiblemente no lo acabaría en el día, porque además no soy de los les gusta ir con mucha prisa. Lo que no quiere decir que vaya lento, sino todo lo contrario. Suelo ir más rápido de lo que debería para ir tan cargado. Algo que me trajo un pequeño quebradero de cabeza, pues estaba circulando a un ritmo bastante alto, la última vez que vi el cuentakilómetros marcaba 110 kilómetros por hora. Estaba pisando una fina capa de arena durilla, pero arena, por lo que decidí aminorar la velocidad, ya que si en esa arena hubiera alguna piedra escondida podría provocarme una caída y sus desagradables consecuencias. Cuál fue mi sorpresa cuando, al cortar gas, la moto comenzó a darme bandazos de atrás, iba de un lado a otro como si la rueda de atrás quisiera adelantar a la de adelante, hasta que esos bandazos se volvieron incontrolables y me di cuenta que ya estaba volando y no había tomado Red Bull. El vuelo fue bueno, pero el aterrizaje no fue nada suave», matiza Óscar con una leve sonrisa en el rostro.

Y añade: «Estaba viendo la moto en el suelo y un montón de plásticos negros rotos rodeándola y pensé que allí acababa mi viaje. Luego me di cuenta que sólo había roto una de mis maletas. Eso sí en muchos cachos, prácticamente como si hubiera estallado. Recogí todas mis pertenencias esparcidas por el suelo y las acoplé en un enorme saco que llevo a media carga por si llega el caso y vamos que si llega. La moto arrancó y aunque un poco magullado pude continuar viaje, hasta que inevitablemente se me hizo de noche justo en el sitio más indicado, antes del llamado ‘Paso del Río de Arena’, algo que ya te avisan en un cartel: ‘No pases, da la vuelta’ para más acojono. El cartel va acompañado claro está de la dirección de algún albergue de la zona y claro me convencieron sin mucho esfuerzo. No eran horas de cruzar aquel marrón».

La GS 800 del aventurero leonés Óscar Fernández en diferentes momentos de su recorrido por tierras marroquíes. DL

Óscar Fernández explica: «Fui dirección al albergue, ya de noche, y no veáis las veces que aticé, pues cargado, con poca luz y con unas roderas de arena impresionantes, creí desesperar».

«Una vez en el albergue, el propietario me atendió de maravilla e incluso, al decirle que venía lesionado y que era Navidad en mi tierra, mandó traer un par de botellas de vino hecho en el país, y allí entre risas nos las bebimos; cien vasos de chupito como si de whisky se tratara. También me dejó enviar un SMS a mi mujer, pues yo allí no tenía ninguna cobertura, aunque tuvimos que alejarnos hasta un alto en su Land Rover», describe Óscar emocionado.

«Al día siguiente me levanté un poco tullido y magullado. Se me había inflamado un ganglio de la parte inferior de la mandíbula del golpe contra el suelo. También tenía un esguince en el dedo corazón de la mano izquierda, inflamado el codo izquierdo y me dolía una costilla del derecho», recuerda.

«Después de un buen desayuno a base de tortas con miel, mantequilla y un buen café, me dispuse a cruzar el llamado río de arena. Ya lo había hecho con un Mitsubishi 1.200, con un quad y con una KTM 640 Adventure, pero siempre sin equipaje y acompañado. Esta vez era muy diferente pues la GS 800 cargada con maletas era harina de otro costal. Desde luego era un reto, así que no me lo pensé y comencé el paso», afirma Óscar con gesto serio.

«Al principio estaban todas esas roderas, en las que no eres capaz de llevar la moto por donde tu quieres a no ser que le des mucho gas y te prepares para caer en cualquier momento, pero avanzaba y estaba contento. Luego llegó el laberinto de arbustos, que no sabes si vienes o vas, los atoramientos, las caídas... En fin, es un paso de lo más entretenido. Eso sí, o te lo tomas con calma o te aseguro que desesperaras», advierte.

«Por fin salí de aquel sitio mucho más tarde de lo planeado, pues las roderas aún seguían hasta el primer pueblo que encontré. Allí paré y en lo que ellos llaman bar pedí una coca cola de esas de allí, que te dan un subidón, vamos que ni el Red Bull. Me sentía feliz, pues para mí era una hazaña. Ya había superado todas las grandes dificultades del viaje y sólo me quedaba llegar al albergue de Ali a cenar y descansar. Y así fue. En menos de lo que pensaba, estaba cenando con unos colegas malagueños que me encontré allí y contándoles mi aventura.

De allí partí de vuelta hacia el Atlas para cruzarlo más al este, esta vez había nevado y me recordaba a mi tierra, Riaño», expresa un Óscar orgulloso.

«El resto del viaje de vuelta, no tiene mucho que contar. Sólo que cruzar España en un día de diciembre se pasa un frío de muerte que se te mete en los huesos y te hace eterna la llegada a casa», cuenta Óscar Fernández con su rostro lleno de luz y pasión por lo vivido. Continuarán más aventuras del leonés en siguientes capítulos.

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