Portillo bien puede valer la décima

La dimensión de muchos jugadores se mide por su sentido de la oportunidad. Nos da un tanto igual que atesoren esta o aquella otra virtud; lo que importa es que aparezcan en el momento en que más se le necesita. Algo de esto vino a decirnos Portillo, cuando, frente al Borussia, adivinó el ángulo que antes no habían visto Ronaldo, Figo, Raúl o Zidane. Portillo es un jugador milimétrico, con afán de puntería y sueños premonitorios. En la víspera a la noche de autos, antes de que ese gol -que bien puede valer la décima Copa de Europa para el Real Madrid- se concretara, ya presintió cómo el balón salvaba al interminable y esquivo Lehmann. Y en eso radican su fortaleza y su especialidad. Cierto es que Del Bosque atinó en desbaratar un doble pivote enredado en la arquitectura, y que la entrada de Guti aligeró el lastre constructivo. Pero hacía falta alguien con la frescura de Portillo para traducir una superioridad truncada por la hegemonía física de los alemanes. Todo esto nos demuestra que existen talentos tocados por un aura de divinidad, por una suerte de gloria intuitiva bajo la que germinan la historia y los nombres de leyenda. A estas alturas cuesta saber si ese gol tendrá su culminación en el futuro, lo que le otorgaría un valor simbólico con algún precedente, como aquel que un día también consiguió Bakero ante otro equipo alemán. Pero una cosa parece indiscutible; Portillo es emblema de hambre de gloria; la única que cuenta en los comienzos de cualquier profesional. Por él, el Madrid continúa coleando en una competición a la que se le estaba poniendo cara de pocos amigos. Ahora la vida es otra cosa, y Portillo un emperador que aspira a su corona.