Diario de León

Un centenar de españoles exhibe en la final sus banderas tras 25 horas de vuelo

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Un viaje de tantos kilómetros a Melbourne constituye toda una prueba de esfuerzo, no sólo por el «jet-lag» contra el que hay que luchar a las primeras de cambio, sino fundamentalmente por el cansancio que producen 25 horas de vuelo. Pero hasta aquí llegaron unos cien aficionados españoles, envueltos en banderas. Es un hecho comprobable que los australianos se desviven por hacerle agradable la vida a los visitantes. Ni un mal gesto, ni una mala cara para nada. Va cualquiera al Rod Laver Arena y disfruta de un clima amigable. La rivalidad existe, pero bien entendida. Eso sí, cuando en la jornada inaugural se produjo aquel error mayúsculo con la interpretación del himno de la República, en lugar de la Marcha Real, aquellos australianos que entendieron a tiempo el despiste de la organización no dudaron en expresar sus disculpas a los seguidores españoles. El suceso de la discordia ha dado la vuelta al mundo. Los periódicos de Australia se hacen eco de la historieta. Quienes más han lamentado lo acontecido han sido los españoles que llegaron a las antípodas impulsados por la atracción de la finalísima. Si Ferrero confesó que le había extrañado muchísimo escuchar una música para él desconocida, gente más veterana estuvo a punto de caerse de espaldas al oír las notas interpretadas a la trompeta por James Morrison. La intriga existe en torno a quien le proporcionó la partitura, porque la melodía fue grabada de un vinilo que alguien tenía guardado en su casa. Parece ser que se trata de una recopilación con 17 himnos del mundo. Disculpas no han faltado.

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