Diario de León

MI EUROCOPA MIGUEL PARDEZA

Capicúa

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León

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SER UN equipo de inclinaciones defensivas no es ningún pecado; negarlo contra toda evidencia puede ser constitutivo de delito. Otto Rehhagel, en una rueda de prensa, aseguró que su equipo no da patadas al progreso, y como prueba aportó una jugada en que el lateral derecho Seitaridis fue objeto de penalti. Como artilugio verbal no está mal, si no fuera porque son precisamente los artilugios verbales los que ya no cuelan en nuestras desaliñadas ideas. Grecia es un invento viejo que se renueva cada día, porque la vida exige sus contradicciones. Nada tengo contra los griegos. Me eduqué leyendo a Homero y a Sócrates le debo alguno de los ratos más felices de mi adolescencia. Mi vocación de filólogo clásico ha sufrido el montaraz desencanto. ¿Cómo llega una cultura como la helénica, que dio a Sófocles, a Platón, a Arquíloco, al cuadro de un país asolado por monumentos derruidos y cabras que humean en el horizonte azul de un mar mitológico? Es lo grande del fútbol: que te consuela de la miseria después de haber sido el centro del universo. No sólo esto. Sostengo que al fútbol le viene bien la rebeldía, aunque esta mire al pasado y no al futuro. Y como la justicia es una excepción, tampoco está de más que el pobre levante de vez en cuanto la cabeza. Pero no es con este programa de solidaridad romántica con lo que uno sueña, sino con la fantasía y la diversión; y esta nos la ha dado Portugal más que Grecia. No sólo es cuestión de nombres. Tiene que ver con el compromiso, aunque este nos lleve a la derrota. En este sentido Portugal se alimenta de riesgo y atrevimiento, no de precauciones que rayan en la mezquindad. Aun así, hay que reconocer que hacía tiempo que no se veía una calidad física como atesora cada uno de los jugadores de Rehhagel. Es sencillamente prodigioso. Portugal quería, pero todo quedaba en vahídos y lamentos. Ni Figo, ni Deco, ni Ronaldo. Y sí, Dellas, Fyssas, Zagorakis, Seitaridis o Kapsis. El músculo enseñoreado e inasequible. Parecía misión quimérica el gol, porque los griegos llegaban antes a cualquier jugada que los portugueses. Era tanta la superioridad aeróbica y mental de los griegos que el círculo se cerraba con el cabezazo de Charisteas. No había plan lusitano que no pasara por el desmoronamiento griego. Pero este ni llegó ni se anunció. Así que había campeón, y no era ni el deseado ni el esperado. Era Grecia.

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