Diario de León

Casta de campeón

Valiente como ninguno, el medallista olímpico supo vivir y morir con mucho coraje

El Príncipe Felipe saluda a la viuda del esquiador, María Jesús Vargas

El Príncipe Felipe saluda a la viuda del esquiador, María Jesús Vargas

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Adrián R. Huber - madrid
León

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Francisco Fernández Ochoa, que marcó uno de los hitos históricos del deporte español, al proclamarse campeón olímpico de esquí alpino en Sapporo'72 (Japón) -proeza que no se ha vuelto a repetir en unos Juegos de Invierno-, fue una figura con mucha casta que afrontó con enorme entereza sus horas finales. Campeón en las pistas, Paco lo fue también fuera de ellas. Generoso, alegre y con mucho carácter, el mayor de la saga de esquiadores más famosa de España -su hermana Blanca es la única otra medallista olímpica invernal hispana- encaró con valentía torera -una de sus pasiones- la enfermedad que le quitó la vida hace tan sólo unas horas. A «Paquito», que ganó tantas carreras, le acabó venciendo un cáncer linfático. Una enfermedad que, ni siquiera en sus peores momentos, logró quitarle un sentido del humor casi tan grande como el tamaño de su corazón. En blanco y negro. Y luciendo una capa española -similar a la que vistiera años después cuando ejerció de maestro de ceremonia en la inauguración de los Mundiales de Sierra Nevada-. Así le vieron subir al podio los españoles cuando marcó un hito que él mismo definió como si «un austríaco triunfara en Las Ventas», la plaza de toros de la capital de España. Ganó con más de un segundo de ventaja -todo un mundo en el eslalon- sobre uno de los más grandes de la historia, el italiano Gustav Thoeni, cuádruple ganador de la Copa del Mundo. Dos años después, se colgó al pecho el bronce en los mundiales de St. Moritz (Suiza) y a su brillante palmarés, con más de treinta clasificaciones en el 'top-ten' de pruebas internacionales, añade un triunfo en Copa del Mundo, el que logró en la estación polaca de Zakopane. Apasionado de los toros y del golf, su otra gran afición aparte del esquí era el Real Madrid. Era visceral, siempre iba de frente y decía lo que pensaba, algo que le provocó más de un problema. De entre sus últimas ilusiones destaca el libro de cartas que redactó durante su convalecencia y el monumento que se inauguró, con presencia de las Infantas, en su Cercedilla natal.

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