Diario de León

El primer viaje hacia la nueva vida

Una niña abraza a su perro en la frontera de Polonia. DUMITRU DORU

Una niña abraza a su perro en la frontera de Polonia. DUMITRU DORU

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León

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El tren que une la localidad de Przemysl, en la frontera polaco-ucraniana, y la ciudad austríaca de Graz va casi lleno. Varios vagones están marcados con la enseña azul y amarilla que señala dónde viajan los refugiados que huyen de la invasión rusa. Muchas maletas y bolsas cerradas apresuradamente invaden los pasillos, poblados también por perros y gatos. Los trenes salen inevitablemente retrasados porque la mayoría de sus pasajeros está desorientada. Pero cuando se pone en marcha, algunos suspiran aliviados.

«Slava Ukraini!», se despide una mujer. ¡Gloria a Ucrania! El cansancio ataca cuando la gente se relaja. Pronto, mujeres y niños caen rendidos. Las lágrimas recorren algunas mejillas en silencio, mientras los adolescentes siguen a través del móvil —gracias a una tarjeta SIM proporcionada de forma gratuita por varias compañías— la destrucción de su país. La voz del presidente Zelenski suena en varios de ellos.

«No sé si podré regresar alguna vez a mi país. Espero que sí», cuenta Oksana, una joven de 21 años. «Si matan a mi novio, no creo que regrese nunca». Él, informático, se ha quedado a defender el país. «No por gusto, sino por obligación», subraya ella.

En el vagón 14, el pequeño Oleg se ha quedado mudo. Mira por la ventanilla en silencio. Su madre, en un inglés muy básico, pregunta si habrá alguna ONG de acogida en Cracovia, su destino. Puede estar tranquila, porque la estación central de esta histórica ciudad polaca es un hervidero de organizaciones que ayudan a refugiados. Es un punto intermedio desde el que éstos se distribuyen a diferentes países, entre ellos España.

En un mostrador, varios voluntarios preguntan a los pasajeros adónde quieren ir y buscan en un listado el número de teléfono al que pueden llamar: hay transporte gratuito hasta Barcelona, Lisboa, Berlín e incluso a Dublín. Pero no todos lo necesitan: María disfrutaba de una vida acomodada en Ucrania y ha adquirido billetes de avión para volar a Ámsterdam con su madre y su hijo. Nada más llegar, abre la aplicación de Uber y pide un coche para ir hasta el aeropuerto. «Esto le puede pasar a cualquiera. También a ti», señala. No es un reproche, sólo un comentario con el que recuerda que Ucrania también es Europa.

Curiosamente, a más de 200 kilómetros de la frontera, en Cracovia, el caos es más evidente que en Przemysl. Hay gente durmiendo sobre esterillas porque las salas habilitadas para que los refugiados descansen están desbordadas.

Cáritas ha levantado varias carpas en la plaza de la estación y allí World Food Kitchen, la ONG del chef español José Andrés, ofrece miles de comidas diarias. Efectivos de la Policía patrullan constantemente para evitar trifulcas y ayudar a quienes lo necesitan. «Algunas mujeres pierden de vista a sus hijos y se ponen muy nerviosas, pero no ha habido ningún incidente grave», afirma un agente. Todo un logro si se tiene en cuenta que dos millones de refugiados han entrado ya en Polonia.

Sin duda, comida no falta. Además de las ONG más conocidas, voluntarios como el irlandés Declan Flynn se han desplazado hasta Cracovia para echar una mano. Él adquiere hamburguesas y patatas fritas en el McDonald’s de la estación y las distribuye gratis entre los refugiados. Puede que no sea la comida más sana, pero niños y adolescentes se apelotonan para hacerse con una y un carrito entero le dura apenas unos minutos. «Con las donaciones que he recibido en Irlanda, he repartido ya más de 500 comidas», cuenta.

No muy lejos de la estación, en la plaza principal del delicioso casco antiguo de la ciudad, un nutrido grupo de polacos se manifiesta para exigir «que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea sobre Ucrania». Con megáfono en mano, los manifestantes se pronuncian en polaco, pero también en inglés. «A los turistas queremos deciros que hay que detener esta masacre haciendo presión sobre nuestros gobiernos», invoca el que lleva la voz cantante. A cierta distancia, soldados estadounidenses destacados en Polonia miran con curiosidad la escena mientras un joven se encarama al monumento central con una bandera ucraniana. «En Polonia hemos sufrido el fascismo y el comunismo. No debemos permitir que se repita la historia», comenta el del megáfono.

Cracovia entera se ha engalanado de azul y amarillo.

Miembros de un movimiento cristiano recorren los trenes de los refugiados distribuyendo salmos en ucraniano. «Dejaos abrazar por el Señor», afirma una mujer en inglés mientras un compañero traduce sus palabras ante los recién llegados de la guerra.

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