Diario de León

Zapatero invita al presidente a marcharse y asegura que la guerra que promueve generará «odio» ingente

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El de ayer era día de resaca para el PP y algunos llegaron con ganas de jarana todavía en el cuerpo. Tras la exhibición de unidad de su partido, Aznar entró en el Congreso escoltado por una sonriente guardia de corps que no se recataba en mostrar su arrogancia ante los escaños socialistas. Uno de ellos, el de Felipe González, retomó ayer su habitual aspecto de abandono. Rajoy decidió darse el gusto de llegar tarde para exhibirse ante su grupo. Rato, que ponía cara de que el debate estaba ganado, leía despreocupado un voluminoso periódico color salmón. Y Trillo, que parece aguardar impaciente para entonar aquello de «Al alba y con viento duro de Levante....», sonreía mucho. Venía también Aznar sobrado de satisfacción y no quiso forzar de salida. Prefirió tirar de manual. De esa plantilla que ha forjado para este tipo de debates. Un discurso de funcionario, sólido, plomizo, cargado de datos y que no deje hueco al cuerpo a cuerpo en la primera réplica para después aguijonear con saña a su adversario. Hablaba ya Aznar de la posguerra, más que de la guerra, y el detalle no le pasó inadvertido a Zapatero que con su tono más plano, sin levantar la voz, quiso cargarse de argumentos pacifistas. «El odio es la mayor arma de destrucción masiva», dijo entre los aplausos de los suyos. Y acabó acuñando una frase que puede marcar una legislatura: «Déjenos en paz señor Aznar», remedo de aquel famoso «váyase señor González». Terminó Zapatero, Aznar se quitó las gafas y entró a matar. De todo menos bonito le dijo al socialista. «Compañero de viaje de Sadam Huseín», «ingenuo», «colegial» e «irresponsable», entre otras lindezas. El presidente dejó claro que los 183 votos de apoyo del PP le han quitado cualquier complejo. «A los tiranos no se les vence con juegos florales», dijo, presumiendo ya del lenguaje duro y amenazante que otros le reprochan. Zapatero, más bambi que nunca, aseguró que no iba a caer en la provocación de crispar el debate. Y en el PP seguían muy satisfechos. Rato y Rajoy, como siempre, compitiendo por mandarle recaditos de ayuda a Aznar. A cada acusación de Zapatero alguno de los dos ponía cara de «esta me la sé» y le pasaba la chuleta al jefe. Así que los socialistas decidieron entonar de nuevo a coro el «no a la guerra». Afirmó que el desarme pacífico que se está produciendo es gracias a la estrategia impulsada por países como Francia y Alemania, la cual le recordó es apoyada por toda la oposición en el Parlamento español, fundamentada en más tiempo y medios para los inspectores de la ONU. Tras preguntar que le dirá a los familiares de las víctimas de la guerra si esta se produce, Zapatero afirmó que la guerra convencional no sirve para terminar contra el terrorismo, algo que pidió le explique al presidente norteamericano y que generará «ingentes cantidades de odio». Zapatero se alargó en demasía en su réplica y Rudi, tan señorita Rotenmeyer como siempre, puso el corazón en un puño a los presentes cuando amenazaba con cortarle la palabra si no concluía. Hasta en tres ocasiones le pidió que terminase y el líder socialista seguía impertérrito. «Su turno era de tres minutos y lleva consumidos nueve y 53 segundos», dijo Rudi con una precisión forense que dejó heladas a sus señorías. Zapatero acabó de inmediato.

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