Diario de León

OPINIÓN Javier Fernández Arribas

Oportunidad de paz

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Israelíes y palestinos estuvieron muy cerca de firmar un acuerdo de paz en el verano de 2000 en Camp David, pero Yaser Arafat dijo no. En septiembre de ese año estalló la segunda Intifada. En diciembre, en Sharm el-Sheik, Arafat volvió a decir que no y, en febrero de 2001, el laborista israelí Ehud Barak perdía las elecciones en favor del halcón derechista, Ariel Sharon, quien conseguía su sueño de ser primer ministro. En la Casa Blanca, el nuevo presidente, George W. Bush, optaba por la pasividad para diferenciarse del papel protagonista de Bill Clinton. No se pudo culminar entonces, pero se va a volver a intentar ahora. El objetivo es relanzar el proceso de paz y qué mejor iniciativa que reeditar la Conferencia de Madrid de 1991. Esa es la apuesta del Gobierno Aznar, un Madrid 2, con el apoyo de Estados Unidos y del Reino Unido. La diplomacia española está realizando los contactos correspondientes para explicar esta propuesta que antes de la guerra en Irak había sido rechazada por todos. La situación ha cambiado sustancialmente tras la caída del régimen de Sadam Huseín. Habrá que comprobar si el compromiso de la administración Bush es sincero y decidido a buscar la paz en Oriente Próximo. Las últimas declaraciones del premier israelí, Ariel Sharon, demuestran los síntomas de un cambio, de una nueva actitud forzada desde Washington y, quizá, por un propio convencimiento de la necesidad de negociar porque, si no, asistiríamos a una pantomima que ni israelíes ni palestinos pueden tolerar. La presencia de Sharon en el nuevo proceso plantea enormes recelos, pero es el dirigente elegido democráticamente por el pueblo judío. En el lado de los palestinos asistimos a un cambio fundamental: un nuevo gobierno palestino bajo el mando de Abu Mazen, permitiendo una retirada digna al rais Arafat. El problema radica en la superación de los odios y los ánimos de venganza creados por la violencia, utilizada hasta el extremo de humillar al vecino. La confianza se quiebra y nadie se fía de nadie. Es más, crece el deseo de destrucción y desaparición de quien se ha convertido en enemigo. Pero la aniquilación de un pueblo no puede ni siquiera plantearse en la peor pesadilla de cualquier ser humano. Después de un largo período de muerte y destrucción, con 3.164 muertos desde el comienzo de la segunda Intifada, la conciencia y la dignidad de la comunidad internacional no pueden seguir impasibles y deben comprometerse al máximo con la nueva oportunidad de paz que deben culminar los propios israelíes y palestinos, aunque sea propiciada por una guerra en Irak.

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