OPINIÓN
Amenazas
SIRIA ha roto la moderación que ha mantenido desde el pasado domingo cuando aviones israelíes se «colaron» hasta un campo de entrenamiento de grupos terroristas-de refugiados palestinos, según las versiones, muy cerca de Damasco. Si la situación no fuera tan delicada, con miles de vidas en juego y el riesgo de una internacionalización del conflicto que tendría consecuencias incalculables, podríamos pensar que la amenaza del ministro de Asuntos Exteriores sirio se produce para consumo interno y a toro pasado. «Si vuelves a atacar en mi territorio, responderé», es la advertencia siria. Entonces, el ataque de hace una semana está justificado pero si se repite habrá respuesta. Israel no se ha mordido la lengua, se encuentra en una etapa de ofensiva diplomático-informativa en defensa de sus posiciones, y ha advertido automáticamente que atacará allí donde se encuentre una amenaza terrorista contra su seguridad. Esta escalada de las amenazas no tendría nada de novedad si no se hubiera acompañado hace una semana por un bombardeo como el realizado por cazas hebreos contra el campo de entrenamiento de terroristas palestinos. Además, el Gobierno de Ariel Sharon ha facilitado la calle en Damasco, e incluso el número del portal donde hay oficinas de Hamás, Yihad y otros grupos radicales palestinos. No hay constancia de que el joven presidente sirio, Bachar Al Assad, vaya a desmantelar ese apoyo a los radicales palestinos, que por cierto cuentan con cierta financiación desde Irán. En concreto, el grupo Hezbollah, que mantiene constantes enfrentamientos con los israelíes desde el sur del Líbano. Aquí esta el mayor problema. Israel está dispuesto a enfrentar a todo aquel que le amenace y si Irán no permite un control de sus programas nucleares la situación en la región cambiaría sustancialmente para todos. Casualmente, un periódico norteamericano ha recordado el poderío nuclear israelí. Las amenazas están muy cerca del órdago y no parece que la inteligencia ni el diálogo sean las cartas a jugar, sino la fuerza bruta donde todos tienen las de perder, incluso los que observamos de lejos espantados pero sin poder hacer mucho por remediarlo.