Diario de León

Los animales salvajes y los pájaros predijeron la llegada del maremoto

Un perro merodea entre las ruinas de una playa tailandesa llena  de turistas

Un perro merodea entre las ruinas de una playa tailandesa llena de turistas

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León

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?na manada de búfalos descansa en una de las marismas que existen frente a la costa de Yala, al sureste de Sri Lanka. Praba, guía autorizado del Yala National Park (uno de los puntos más visitados de la isla por los safaris), dice que no hay peligro. El mar no atacará de nuevo, al menos por el momento. «Los búfalos y los jabalíes están tranquilos y pasean junto a la costa», comenta. El pasado 26 de diciembre no pasó lo mismo. «Los animales salvajes sabían lo que se avecinaba y escaparon hacia las partes altas. Huyeron en estampida, por lo que se pudo comprobar luego a partir de los rastros. Sabían que iba a venir el tsunami», explica Praba. Muchas vacas y animales domésticos perdieron la vida a causa del tsunami. Pero no se encontraron cuerpos de ejemplares salvajes. Parece que nadie se dio cuenta del poder del instinto animal como predictor de desastres naturales hasta que sucedió la tragedia. La gran ola llegó a las costas de Buthawa (pueblo costero anterior a Yale) poco más de una hora después de haberse producido el maremoto frente al litoral de Sumatra. Faltaban pocos minutos para las doce y los grupos de excursionistas estaban en medio del recorrido habitual que se realiza en jeep por el parque. «La gente más madrugadora ya había regresado y parece que aquel día no se vieron elefantes. Normalmente es fácil encontrar alguno -como ayer- bañándose o bebiendo en las charcas de agua dulce que hay junto a las marismas. Los monos estaban nerviosos y los pájaros cantaban más que otras veces. Pero quién sabía entonces qué les estaba pasando», recuerda este guía. Los pájaros, explica Praba, tienen el sentido del oído muy desarrollado. «Puede que escucharan las vibraciones y empezaran a avisar al resto de especies», matiza. El parque estuvo cerrado al público hasta el pasado 2 de enero. Pero estos días no hay visitantes a los que guiar. Hasta hace poco más de dos semanas, las filas de todoterrenos esperando un grupo bordeaban la carretera que da entrada al parque. Ayer había tres. Praba hizo en uno de ellos su primer recorrido tras el desastre. La primera parada no fue para ver a los pájaros desparasitar a los búfalos ni a los cocodrilos descansar junto al agua. Fue para comprobar hasta donde había llegado el poder devastador del tsunami. El paraíso en ruinas En el recinto del Yale Resort, un complejo ocupado el día del desastre por algo más de cien huéspedes, sólo había ruinas, restos de las lámparas que adornaban los bungalows, barcas de pescadores colgadas de los árboles y defensas de vehículos pendidas de los arbustos como si fueran árboles de Navidad. Algunos vecinos de los pueblos cercanos rebuscaban entre los escombros, mientras el blanco de las hojas del libro de registro del hotel destacaba entre los enormes cascotes. Las huellas del maremoto llegaron incluso hasta las partes interiores del parque, donde los restos de las pequeñas barcas de pescadores que faenan en la costa colgaban de las ramas de los árboles por los que ayer saltaban de nuevo los monos. Muchas de estas pequeñas barcas y sus ocupantes fueron arrastradas para siempre hacia las profundidades del mar de Bengala. Una pala excavadora recorría también ayer los senderos abiertos para la circulación de jeeps. Y es que en Yala todavía continúan buscando cadáveres. El mar se tragó un autobús con 128 japoneses que visitaban la zona. Sólo se han recuperado algunos cuerpos. Y la gente sigue buscando, mientras los elefantes, las águilas, los monos y los búfalos regresan a su vida habitual.

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