Diario de León

La Europa de Babel

La ampliación a los países del Este, el exceso de burocracia y la multiplicación de lenguas oficiales complican el funcionamiento de las instituciones comunitarias Opinión:

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Juan Oliver - bruselas
León

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El pasado 17 de junio, los líderes europeos se reunieron en Bruselas para decidir el presupuesto de la UE para el septenio 2007-2013. Las reuniones de aquel día se extendieron hasta las dos de la madrugada, pero acabaron con un sonoro fracaso y sumieron a los Veinticinco en una profunda crisis. Así contado parecería que la discusión tuvo que ser necesariamente densa y difícil, pero esa apreciación no responde del todo a la realidad: cada jefe de Estado y de Gobierno dispusieron de apenas unos minutos, repartidos en tres rondas, para exponer al resto sus posiciones sobre el futuro de la Unión. «El Consejo funciona con muchísimas dificultades», aseguró un alto cargo del Gobierno español que participó en aquella reunión. «Además de los veinticinco presidentes y primeros ministros, están los representantes de Rumanía y Bulgaria (futuros socios), y también Barroso (presidente de la Comisión) y Solana (alto representante para las relaciones exteriores). Todo el mundo quiere opinar, pero son tantos que apenas hay lugar para el debate», subraya. Con la ampliación a los países del Este, la UE ha multiplicado por diez su ya ancestral complejidad burocrática, y se ha convertido en lo más parecido a una inmensa Torre de Babel en permanente construcción, en la que los albañiles hablan hasta veinte lenguas oficiales distintas y en la que, además de decenas de traductores, hace falta la unanimidad de todos los contratistas para decidir dónde, cómo y cuándo se pone cada ladrillo del proyecto común. La ventaja es que el edificio se construye entre todos, pero el inconveniente es que un solo operario puede paralizar la obra durante días. Laberinto El último ejemplo de ese laberinto ocurrió hace unas semanas en Londres, donde los Veinticinco dieron inicio a las anunciadas negociaciones para la adhesión de Turquía. El acto oficial tuvo que retrasarse, bordeando un ridículo histórico, de nuevo hasta la madrugada, porque Austria se negó a aceptar la hoja de ruta de las conversaciones. Su canciller se enfrentaba a unas elecciones regionales y aparcó el interés general para escenificar su cercanía al electorado antiturco más recalcitrante. Al documento inicial y al que Austria aceptó finalmente los separan un par de cambios semánticos sin importancia de fondo. Fórmulas «Somos unos artistas encontrando las fórmulas redaccionales adecuadas», afirmó un diplomático español experto en los recovecos de las negociaciones, consciente de que el hueco que está dejando el debate político europeo lo están rellenando ahora los técnicos, quienes empiezan a aparecer como los verdaderos protagonistas de los acuerdos que se cuecen en las reuniones previas a las cumbres. Sucede, sin embargo, que es precisamente a los técnicos a quienes se les atribuye esa enrevesada maraña de normas, protocolos y leyes entre las que se cuece el día a día de la UE, y que la han dotado de esa imagen insondable y gris que la persigue desde el inconsciente colectivo de la opinión pública del continente. La Comisión ha decidido enfrentarse a sus propios fantasmas y ha lanzado un amplio plan desregularizador que pretende eliminar del acervo europeo, o simplificar la redacción, de más de 1.400 textos legales, que más parecen destinados a lastrar la competitividad de las empresas y a complicar la vida de los ciudadanos que a hacer de la Europa administrativa un lugar más cómodo, cercano y accesible. Entre las directivas que Bruselas quiere liquidar hay una que regula minuciosamente la exposición excesiva de los trabajadores a la radiación solar, y otro proyecto plantea unificar en una sola norma las casi medio centenar de leyes que rigen, nada más y nada menos, que el correcto etiquetado de los cosméticos. Diálogo La Europa de Babel es hoy un territorio necesitado más que nunca de transparencia, agilidad, frescura y diálogo. Sus cerca de 460 millones de habitantes -serán más de 550 millones cuando hayan entrado Rumanía, Bulgaria, Croacia y Turquía- están condenados a entenderse, pero de momento no parece que el interés por conocerse y reconocerse mutuamente se haya incrementado. Apenas la mitad conocen un idioma distinto al propio, y en algunos países, como España, ese índice sólo alcanza a un tercio de la población. Aprendizaje Quizá la culpa sea de los propios Estados miembros, más interesados en defender el estatus de sus idiomas nacionales que en fomentar el aprendizaje de lenguas extranjeras entre su ciudadanía y, por qué no, entre sus líderes políticos. En el último Consejo Europeo, celebrado la semana pasada cerca de Londres, el protocolo obligó al presidente de turno de la Unión, el británico Tony Blair, a pasarse casi hora y media recibiendo mandatarios a pie de escalinata en el castillo de Hampton Court. Con muchos de ellos apenas pudo cruzar más que una breve sonrisa de cortesía, porque no sabían hablar inglés. La recepción de invitados duró más que la primera sesión de trabajo de una cumbre que acabó sin una sola decisión práctica, pero que estuvo plagada de traductores oficiales.

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