Diario de León

| Análisis | El estatus de la provincia serbia |

El fin de las indecisiones

La desaparición de Rugova fuerza a la comunidad internacional a enfrentar de manera clara la independencia de Kosovo, donde las tensiones étnicas siguen vivas seis años después del conflicto

El líder de la Liga Democrática de Kosovo, Ibrahim Rugova, en un mitin en Pristina en el 2004

El líder de la Liga Democrática de Kosovo, Ibrahim Rugova, en un mitin en Pristina en el 2004

Publicado por
Miguel Murado
León

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Había en la imagen pública de Ibrahim Rugova dos constantes: la bufanda y el pitillo. La bufanda era una defensa frente a su laringitis crónica, el pitillo es lo que finalmente ha terminado por matarlo. Desde que le diagnosticaron el pasado septiembre un cáncer de pulmón, Rugova vivía de prestado, encarnando una metáfora de su propio país: debilitado por la quimioterapia, intentando llegar a las negociaciones para el estatus final de Kosovo. Y le ha faltado muy poco: iban a ser el próximo miércoles, aunque ahora inevitablemente se retrasan a febrero. No está claro qué postura hubiese adoptado Ibrahim Rugova en esa mesa. Más aún que la bufanda y el tabaco, a Rugova le caracterizaba la vacilación. Más parecido a Yaser Arafat que a Gandhi, con quien se le comparaba demasiado generosamente, Rugova no era una persona moderada sino más bien indecisa, que no viene a ser lo mismo. Su pueblo le quería porque era un hombre bueno y culto (escritor, como tantos dirigentes balcánicos: Draskovic, Izetbegovic, incluso Karadzic¿). Pero a su pueblo también le irritaban sus inesperadas claudicaciones. No así a Naciones Unidas, que precisamente por eso se avino a resucitar su maltrecha carrera política en el año 1999: sus titubeos encajaban a la perfección en la igualmente errática política de paz en Kosovo, basada, como tantas otras, en la idea de que el tiempo todo lo cura. Sin un sucesor a la vista Ibrahim Rugova no deja sucesor. La falta de estructuras políticas propias ha impedido que afloren líderes. El presidente en funciones, Daci, carece de apoyos, el carismático Adem Demaci está muy mayor y desencantado, y sobre los líderes de la oposición pesa su pasado guerrillero. Lo que está claro, en todo caso, es que la desaparición de Rugova pondrá fin al limbo de ambigüedades en el que se encuentra Kosovo. Le suceda quien le suceda, la presión por la independencia se volverá aún más fuerte. Esto pondrá a la ONU en una situación incómoda con Serbia y Rusia, por no hablar de la minoría serbio-kosovar, que seguramente boicotee las conversaciones. Parece inevitable que, por desgracia, esta clarificación del panorama vaya acompañada de una radicalización. Pueden repetirse los «progromos» de serbios del 2004, y no sería tampoco sorprendente que la ira se dirigiese esta vez también contra las fuerzas internacionales de Unimik. En un intento de hallar una alternativa a esta independen-cia que se ve tan traumática, un grupo de políticos de prestigio elaboraron este verano el «informe Amato». Proponían una huida hacia adelante: el ingreso de Serbia y Kosovo en la Unión Europea sin pasar por la separación, manteniendo mientras tanto el cada vez más desprestigiado protectorado de Naciones Unidas indefinidamente. Pero con la candidatura de Turquía bloqueada y con unos indicadores de derechos humanos tan pobres en Kosovo, esto tiene todo el sabor de una nueva maniobra para ganar tiempo. Un tiempo que, al llevarse a Ibrahim Rugova ayer con 61 años, ha venido a recordar a todos que sigue corriendo, inexorable.

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